Escalera de extravagancias? Repoker de engaños?

Porque odio imponer y que me impongan, las contradicciones se me acumulan como un torbellino que anula la razón y amenaza con destapar ese otro yo que tan cuidadosamente trato de encauzar.

Lo curioso es que soy de esas personas que adora el conflicto como oportunidad, que no se escapan de las decisiones y que jamás he pensado que exista la «solución perfecta». Disponible a la provocación y a cualquier motivación, por precaria que sea, me siento más cómoda en lo imprevisto que en lo seguro.

Pero este continuum de trucos baratos y cartas marcadas aburre y cabrea.

Me han hablado de alfileres de sumisión… no sé… dicen que solo duelen al principio y que luego las marcas se confunden en la piel, pero he de confesar que tan amplio surtido de patrones, modelos y esquemas rígidos me confunden. Nunca se me dio bien el regateo, o negociación, que también se le llama. Así que yo, provinciana y artesanal, sigo a golpe de fuego y martillo, aún a riesgo de quemarme.

Parece que estas ideas y teorías de ahora vienen en serie, incluso en distintos colores, y que sólo es cuestión de elegir talla. Lo malo es que también tengo problemas con lo estándar porque, o me aprietan el cerebro, o me anulan el corazón.

Sin embargo reconozco que el sistema es cómodo y barato, de usar y tirar. Incluso con repuestos y nuevos modelos o sustituibles por piezas. Tentador, sin duda, porque a mí cuando las ideas se me rompen tengo que reconstruir desde el principio, ya no me sirven los esquemas.

¿De que hablo? De estrategias (¿?) institucionales, de convocatorias, de promesas, de hechos… ¡de urgencias!

Es que en mi vocabulario persisten inmorales las conjunciones y los adverbios: pero, sin embargo, aunque… ¡NO!

Hoy me ha dado por Mafalda. Es que me encanta la obviedad de lo simple.

Publicación original: enPalabras

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