Porque no es lo mismo

Entre la infinita curiosidad infantil, que ve más que entiende, y la mirada selectiva con la que vamos doblegando el mundo que nos rodea, han de pasar unos cuantos años de entretenido aprendizaje.

Dicen (decimos) que lo infinito de la curiosidad y la ternura son cosas de juventud, que con los años se nos transforman en sabiduría. Por eso sorprende cuando la mirada, propia o ajena, se detiene en instantes y vivencias ya archivadas, o tal vez nunca reflexionadas. Porque a fuerza de aprender a mirar, dejamos de ver, y se nos va nublando la percepción en encorsetadas certezas.

Pero en el trayecto de procesar y rentabilizar lo externo, se nos va colando un «no se qué» por el dobladillo de la razón, una sensación conocida, que no reconocida, de la que normalmente procuramos huir. Porque aunque la nostalgia vende, también nos acorta la proyección de una eternidad a la que no queremos renunciar.

Hay imágenes que sugieren palabras y palabras que incitan a reflexionar. Por eso, yo al menos, necesito otras miradas que me ayudan a mantener viva la curiosidad y a reconciliarme conmigo misma.

Publicación original: enPalabras

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