Una vuelta de tuerca

El club de la lucha nunca ha estado entre mis películas favoritas, pero últimamente me he acordado de ella varias veces porque tenía reglas claras. Como estas:

La tercera regla es: La pelea termina cuando uno de los contendientes grita «alto», pierde la vertical o hace una señal.

La cuarta: Solo dos personas por pelea.

La quinta: Solo una pelea a la vez.

La película sigue sin gustarme, pero la idea de un código para reconducir la hipócrita espiral de agresividad que nos retroalimenta, empieza a generar mis simpatías.

Decían los defraudados treintañeros de la película:

La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados.

Hablamos sin cesar de la urgente necesidad de un cambio de modelo. En realidad ni siquiera hablamos, sólo se oyen divagaciones vacías, gritos e insultos porque no sabemos qué hacer. Y no sabemos porque, como dice Manuel Pérez Triana en un espléndido post, la crisis de nuestro modelo se remonta a los últimos 200 años: «Es la historia de sucesivas oportunidades perdidas que hubieran hecho posible otro país«.

Para cambiar la tendencia, debemos dejar de mirarnos el ombligo y mirarnos en el espejo. Pero no parece que vaya a suceder porque como dice también Manuel:

Podríamos pensar que el mismo país donde la generación que vivió la Transición se encontró todo un país por reinventar y se convirtió en una elite que forma un tapón para las siguientes generaciones estuvieran tentadas de romper las reglas de juego. Podría esperarse que una nueva generación, “la mejor formada de la historia de España”, se lanzara a la aventura de emprender, crear conocimiento y crear riqueza abriendo nuevos espacios y nuevos caminos. Pero conocer la universidad española permite comprender su incapacidad para haber formado a los profesionales necesarios y capaces de pilotar el salto de España al mundo global y a la sociedad postindustrial.

Y mientras vemos como hasta los dinosaurios intentan adaptarse, intentamos fabricar iniciativas emprendedoras de urgencia que nacen condenadas por las propias estructuras.

Propuestas hay, sobra ruido. No sólo se trata de trabajo duro, que también, sino de inteligencia. Pero en este país la depresión se cura peleando así que, puestos a luchar, pactemos un código y cobremos por la entrada.

La contienda del día 29 no es por las soluciones, sino por los orgullos. Por un lado no está muy claro eso de la libertad económica a nivel mundial, pero lo del «derecho al trabajo» también resulta confuso. Yo creo que lo que preocupa es el salario, que no es lo mismo.

Publicación original: enPalabras

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