No era un buen día. De nuevo esa misteriosa desazón que iba creciendo entre ausencias y la añoranza de un tiempo de descanso que nunca parecía tocarle. En su vida nunca hubo ese orden programado que adjudica tiempos y vivencias. Pura fuerza e instinto pero ahora… ¡este agotamiento!

Julio iniciaba su recta final. Tras una mañana larga y decepcionante tocaba desandar el camino y empezar de nuevo. Le molestaban las mentiras de ese tipo mediocre, estafador de poca monta pero, en el fondo, una duda amarga apuntando al escaso tiempo dedicado a su propia vida mientras ayudaba a resolver las “grandes cuestiones” y las medallas de otros.

La única cita que hoy le apetecía era con su nieto, la viva imagen de un abuelo que ya no lo iba a poder disfrutar, pero eso no era hasta las siete. Desde la ventana de la cafetería podía ver el coche en doble fila y mientras tomábamos un café, la espera se fue desgranando en la melancolía de su monólogo del que surgió la imagen como un recuerdo opaco…

– Yo debía tener unos cinco o seis años e iba caminando con mi madre. No sé por qué, ella debía de estar triste y yo recuerdo que me quité los zapatos y me fui metiendo en los charcos para hacerla reír. Siempre he sido muy alegre, siempre me recuerdo alegre animando a todo el mundo…

Publicación original: enPalabras

Como si al fin hubiera dado con el resorte cogió el bolso, se colocó la chaqueta con coquetería y marchó al encuentro con la Vida.

[Pequeño homenaje a una… ya bisabuela, incombustible]

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