Una cuestión de ritmo

De siempre, asocio el mes de agosto a una desagradable sensación que no me es fácil precisar. Algo similar al silencio doloroso que te invade cuando callan de repente los altavoces en una discoteca.

Hay una pregunta habitual en esta época: ¿A dónde vas de vacaciones? Aunque también es cierto que suele ser mero trámite para que alguien te cuente sus planes, que suelen incluir algún viaje por corto o cercano que sea. Porque parece haber acuerdo unánime en esa necesidad de romper las rutinas alejándose, pero yo no lo tengo tan claro.

Vacatio, de donde procede el término vacaciones, significa vaciamiento y suspensión de las actividades normales, pero ahí mi primera duda porque normal y habitual no significan lo mismo. A lo largo del año, siento a menudo la necesidad de escapar, de alejarme de todo para encontrar ese vacío idealizado donde, al parecer, vamos a encontrar las respuestas y soluciones que nos faltan. Y la primera pregunta es, ¿por qué no lo hago?

Cada vez percibo con mayor nitidez que el alejamiento que necesito no se refiere a lo externo sino a mi misma, puesto que soy la (i)responsable que se deja tejer en asuntos y rutinas que saturan y no aportan. Y eso no es algo que se arregle con rupturas temporales porque lo «habitual» va a seguir estando ahí a la vuelta. Se diría que lo que mucha gente busca no es vaciarse sino generar olvido de su rutina.

Con la mirada puesta en septiembre, mis objetivos para este mes de agosto se refieren a las pequeñas cosas que llevan años en la recamara del «algún día». No quiero grandes distracciones que me alejen de esa a-normalidad que tanto me agota y debo revisar. Hay un ritmo propio que me impulsa a dejar ruidosas pistas de baile ajenas porque lo que sí tengo claro, es que me gusta bailar.

Publicación original: enPalabras

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