Y… ¿qué hay de lo mío?

Ocurre a veces que la grandiosidad del paisaje que queremos fotografiar se traduce en una imagen decepcionante, insustancial y plana. Pero también lo contrario, acostumbrados a los filtros de miradas ajenas la realidad puede ser, para bien o para mal, bastante diferente.

La complejidad de nuestras sociedades ha hecho de la representación el mecanismo por defecto para la toma de decisiones. Un mecanismo que está siendo protestado, sobre todo a través de la red, pero que se ha asentado de tal forma en nuestro esquema de supervivencia cotidiana que apenas sabemos cómo empezar a cuestionar.

Vamos sabiendo lo que no funciona pero la queja dura poco. Algo de ruido, intrigas más o menos ocultas y el pacto de lo políticamente correcto que restablece el statu quo para volver a lo que de verdad importa: Y… ¿qué hay de lo mío?

No saber tiene sus consecuencias, pero saber también las tiene. En los últimos días he dedicado tiempo a visionar varios documentales, deliberadamente aplazados, sobre la situación global. Y me ha ocurrido lo mismo que cuando miras directamente al sol, que he necesitado un tiempo de reajuste para volver a bajar al detalle.

Dejando a un lado el mayor o menor grado de sensacionalismo en las formas, lo que no tiene discusión son los datos, sobre todo si hay distintos puntos de vista con el mismo mensaje. Y más aún si vemos como están cortando las barbas del vecino. Dicho queda.

Traducido esto al objeto de este post, me surgen más dudas de las habituales sobre el concepto de representación, incluso teniendo en cuenta lo de las contradicciones derivadas de nuestros marcos mentales. Porque, más allá de si quienes ejercen la representación conocen y defienden las necesidades de sus representados, incluso de si están legitimados por una masa crítica suficiente, ¿es su función mirar hacia lo que hay o contribuir a lo que debe haber? Y para ello, ¿no es imprescindible que conozcan la realidad que está un poco más allá de la zanahoria?

Aunque lo pueda parecer, no estoy hablando de (pseudo) debates políticos sino de empresas y sus organizaciones porque, para avanzar, es necesario introducir la incertidumbre en el mundo del dogma. La cuestión es que la palabra incertidumbre se queda (muy) corta para describir la realidad que hemos construido pero no queremos ver, en cambio nos movemos en estructuras rígidas y asfixiantes. No hay espacio, y sin embargo hay des-orden. Y, sobre todo, mucho miedo a salir de la que seguimos creyendo, por derecho divino, nuestra zona de confort.

Así entre personalismos, inercia y ansiedades diversas, no se valora el escuchar, esquematizar, analizar, traducir… destinado a encajar el problema en algo que sea manejable. Sencillamente damos un paso atrás (o muchos) para buscar el hueco en el que colarnos. Y se diría que estorban las divisiones y tabiques.

Sobrados de regulación en cuanto a responsabilidad personal y faltos de ella en los criterios que deben resguardarnos de la cortedad y codicia de los de arriba, las estructuras y mecanismos de representación se rigen por la lógica de la escasez, tanto en su definición interna como es su (falta de) elaboración de objetivos porque no damos entendido la lógica de la abundancia.

Publicación original: enPalabras

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *