Nada que decir, mucho que pensar

Fue en 2004 y me lo encontré por casualidad: Un concurso de cartas sobre la violencia de género bajo el lema «Dillo a quen maltrata» [díselo a quién maltrata].

No me gusta el tema (a nadie, supongo) pero mucho menos la forma en que (no) se aborda con estos vendavales de opinión ad hoc que se limitan a cifras, esloganes y titulares.

Hay plurales que deberían estar descatalogados porque su ambigüedad permite escudarnos en la incapacidad para actuar, y eso lleva a la frustración: enfermedad-es, mal-es, mujer-es… La masificación cosifica, reduciendo la realidad a un conjunto de síntomas aislados que no permiten llegar a las raíces ni comprender sus ramificaciones.

Domesticar nuestro demonio interior implica cultura y voluntad porque el cerebro humano ha conservado los circuitos que soportan la rabia y el predominio en los mamíferos:

Contrariamente a la noción popular de que las neuronas espejo hacen a los primates reflexivamente empáticos, la empatía es una emoción voluble. Se dispara con un niño monísimo, con la belleza, el parentesco, la amistad, la semejanza y la solidaridad. Y fácilmente se suspende o se convierte en lo contrario, la schadenfreude (placer por la desgracia ajena), con la competición o la venganza

De nuevo 25 de noviembre, en el que la ambiguedad del plural mujeres ocupa espacios en negativo. Recupero la carta que, en un impulso, redacté para aquel concurso y de la que ya no supe más hasta que un año después me llegó en forma de publicación que agrupaba a las veinte seleccionadas por el jurado. Sigo sin comprenderlo porque el enfoque no tiene absolutamente nada que ver con el resto… que viene siendo el habitual.

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