Había visto los primeros capítulos de The good wife hace algún tiempo, pero me gustaba tan poco el título que supongo que algo de prejuicio habría en el desinterés que me llevó a dejarla en reserva. Sin embargo, he podido comprobar que lo de menos es el hilo argumental. Es decir, infidelidades, tramas políticas, corrillos de despacho, atracciones fatales o dinero, por decir algunas. Como en tantas otras cosas es el cómo, no el qué, lo importante.

The good wife desarrolla de forma magnífica el juego de subtramas en el que los personajes, bien definidos e interpretados, interactúan entre matices y ambigüedades. No hay buenos y malos absolutos ni moralinas de salón como eje central. Como mucho posiciones y actitudes cuyas esquinas se van suavizando según la evolución de los intereses y las circunstancias. Es decir, toda esa gama de grises que vamos encontrando a medida que la vida nos va haciendo probar jarabe de nuestra propia medicina.

Pero claro, todo ello muy cinematográfico, con la cuidada y elegante sobriedad del lujo, y con ritmo rápido que sabe enlazar y sorprender tras el final de capítulo. Bien dialogada, me ha gustado especialmente la forma de jugar con los silencios y con las miradas, como dejando participar al espectador en su desarrollo.

La primera temporada me ha sorprendido gratamente y, por lo que me dicen, la segunda no defrauda. Y va ya por la tercera. Lo cierto es que para mí ha cumplido el doble objetivo de disfrutar y capturar alguna de esas perlas a las que luego encuentro aplicación. No es que sea una obra de arte pero sí altamente recomendable.

Publicación original: enPalabras

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