Tal vez algún día

De una lectura reciente extraigo alguna chispa que me recuerda el compromiso adquirido tras la perspicaz apreciación de Daniel en mi reflexión sobre horarios y tiempos.

La Generación X llegará a la dirección y se encontrarán mediando entre mentalidades opuestas: los babybomers que no han desaparecido de su lugar de trabajo y a la generación Y que no entiende el compromiso con una marca y que cree que no tiene sentido dedicar años y años de esfuerzos a una sola compañía a cambio de pequeños aumentos de sueldo y promoción.

Según expresan los nuevos emprendedores, el futuro del trabajo estará conformado por profesionales independientes que trabajarán conectados en red para llevar a cabo proyectos empresariales concretos durante periodos de tiempo determinados. Es decir, viejas estructuras conviviendo con puestos de trabajo compartidos y con líderes de proyecto virtuales. Pura ubicuidad en los nuevos retos y aspiraciones.

Reflexionando sobre la incomodidad personal y la merma de competitividad derivadas de las encorsetadas normas en relación a horarios y tiempos en las pymes (la inmensa mayoría, no dejaré de repetirlo) me decía Daniel:

«… en un mundo cada vez más cercano, cada trabajador gestiona su 24/7 según su criterio (el ejemplo de albert g. p. de recoger los niños a las cinco y mandar correos en domingo es muy ilustrativo). Y me parece estupendo, y esperanzador… para los trabajadores “de oficina” pero ¿y los de atención al público? ¿Volveremos a los dos tipos de trabajadores, a eso tan antiguo del “white collar” y “blue collar” Porque no hay más que ver las reacciones a la liberalización de horarios…»

Y tiene mucha razón, así que, reconociendo la parte de egocentrismo que se deriva de mi argumentación, indagué un poco más en el asunto pero con escasos resultados, ya que en la parcialidad de los análisis no suelen contemplarse los eslabones.

Ahora que todo se mueve, es evidente que ningún estudio o norma va a resolver la cuestión. Es más, creo que más que de soluciones hay que hablar de evolución, como en tantas otras cosas. Sin duda, globalización y diversidad exigen la superación de arcaísmos directivos, pero no son menos importantes las exigencias de organización personal que tendremos que afrontar y que tienen ya muy poco que ver con la casa soñada:

Cada inventario doméstico explica su organización familiar, su cultura, sus anhelos… mejor que una arquitectura fabricada en serie… La casa es lo de menos. Y, sin embargo, tomar la casa pasó a convertirse en el sueño más deseado.

Independientemente de que el tema se haya vuelto a colar en mi agenda por exigencias del guión, la evolución del mal llamado «pequeño comercio» siempre me ha llamado la atención y hace justamente un año escribía aquí sobre ello: Un recorrido nostálgico para muchos y la oportunidad de reconstruir recuerdos para quién nos tocó ya en su etapa de decadencia y desaparición. Un pedazo de historia hilvanada entre lo que no se daba marchado y lo que estaba por venir.

Tal y como están las cosas, todo aboca a su desaparición pero hay que tener en cuenta que la propia diversidad de nombres indica diferentes aspectos a tener en cuenta:

  • Comercio multimarca: Llamado así por que funciona como cadena de distribución de las empresas fabricantes (también las nuestras), así que su evolución está ligada a los evidentes cambios en la industria.
  • Comercio de proximidad: Algo que estamos comprobando con esta crisis es que, sin el comercio, las calles quedan sin luz, sin movimiento, sin vida. Este efecto se sufre a nivel de ayuntamientos, sin competencias presupuestarias, ni ideas, o incluso sin intención, para estimular nuevos espacios que podrían revitalizar la economía y las relaciones ciudadanas
  • Pequeño comercio: Normalmente regentados por unidades familiares y pequeñas plantillas no muy jóvenes, con escasa cualificaficación y casi nulas posibilidades de reciclaje
  • Comercio minorista: Su desaparición tendrá como consecuencia la invisibilidad de muchos núcleos urbanos que irán desapareciendo de las rutas comerciales

Me dirán que esto queda suplido por la proliferación de centros comerciales, y yo pregunto, ¿seguro? Muchos son producto de la especulación urbanística que tras un tiempo de (mal) funcionamiento se cierran y «a otra cosa», al tiempo que ha destruido el poder adquisitivo de la población llevando las rentas hacia sus lugares de origen. Y no digo que sea malo, solo que no se impulsan en lo local ideas propias con aspiración global.

Por otro lado, el envejecimiento poblacional es una espiral ascendente en tanto expulsamos a la juventud por falta de expectativas. Y sabemos que la oferta se adecua a la demanda lo que implica pérdida de diversidad de productos y descenso paulatino del consumo, ya que los colapsos circulatorios dificultan el movimiento.

Otras amenazas están en aspectos que no suelen unirse a los «estudios», como son el deterioro del prestigio del oficio de comerciante y la incorporación de las mujeres al ámbito laboral (empleo, que no trabajo, porque no es lo mismo). Es decir, por un lado ser comerciante no mola, y por otro, ¿a quien le sirven esos horarios interminables ante el mostrador que coinciden con el antiguo modelo de «ama de casa»?

Decía también el mismo emprendedor al que aludía al principio que en futuro la gente tendrá que centrarse mucho más en sus propias competencias y en lo relacional, en las telarañas de conexiones interpersonales que puedan crear con profesionales afines. Que cada uno de nosotros va a tener que inventarse su propio trabajo y su propia red de contactos (networking). En sus conclusiones apunta a que todo esto implica que puede haber una especie de vuelta al trabajo con sentido artesanal, a la vocación por el trabajo bien hecho… ¿Es eso lo que esperamos y obtenemos en los centros comerciales?

Y dice también que los trabajadores del futuro, como los del pasado, podrían volver a cobrar por su trabajo, en lugar de tener que trabajar por dinero, tal y como es ahora. ¿No es lo que hacen los comerciantes? No esperan a que nadie les pague la nómina, se la tienen que ganar cada día. Otra cosa es que haya que revisar el qué y el cómo.

Cierto, el hilo argumental parece no sobrepasar la retórica que envuelve a nuestra desquiciada sociedad pero casi empiezo a imaginarme algunas historias.

El Sr. Pérez, tras haber invertido durante años sus ahorros en el ladrillo, veía como se esfumaban sus sueños de seguridad para la vejez. Los hijos, mal que bien, iban teniendo trabajo pero la nieta… todo el día ahí, delante de la pantalla y su amigo haciendo dibujitos. Por más que los animaba a salir a buscar trabajo siempre le decían ¿para qué? Su pensión empezaba a resultar escasa… y ese local cogiendo humedad y telarañas…

Miró el reloj y salió disparado, a los chicos les gustaba presumir de su socio senior, así le llamaban, en lo que estaba resultando una iniciativa original y aunque él se quejaba y les decía que estaba mayor para estas charlas, en el fondo le hacía ilusión. Pero no se lo decía, le gustaba sentirse un «abuelo moderno». Y parecía que otros se iban animando, algunos de su quinta habían empezado a embarcarse en la aventura con jóvenes y en la calle volvían a encenderse los escaparates. Incluso aquel chaval que estaba todo el día con los dichosos cascos había montado una panadería como las de antes pero que también vendía por Internet. ¡Que cosas!

Publicación original: enPalabras

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