Avanzar es debatir sobre el futuro y sus posibilidades pero, para que las propuestas se concreten, deben tener un nombre, y no es sólo una cuestión de nomenclatura. El crowdfunding ha venido para quedarse pero es hora de ir concretando. Y eso es lo que ha puesto sobre la mesa Gonzalo Martín estos días suscitando un apasionante debate sobre su denominación en español para ir acotando el alcance del sentido participativo en torno a la producción en el audiovisual.

En la interesante conversación, que se fue prolongando a lo largo de los días, surgieron diferentes propuestas y argumentaciones de las cuales, por aquí nos ha gustado la de “financiación colaborativa”. Si bien es cierto que la participación del inversor se define por la aportación de dinero (sea cual sea la cantidad), es importante considerar que la motivación puede tener mucho más alcance que la rentabilidad financiera.  Sin duda sentirse partícipe en lo que se promueve es, y a la vista está, uno de los principales alicientes.

Una semana atrás desde El Cosmonauta lanzaban esta simpática, y nada ingenua, pregunta:

Nos interesa saber qué esperáis de la peli, así que retomamos estas preguntas: ¿A qué otra peli os gustaría que se pareciera? ¿Y a cuál NO?

Como el gran ejemplo de financiación colectiva en este país, la cuestión jugaba (a posteriori) con el concepto base para una producción de estas características: la motivación.

Volviendo al debate en torno a la relevancia de la definición, en el hilo de la conversación se enlazaba a Mondo Pixel con un interesante ejemplo del ámbito de los videojuegos. En el post se aportan números comparativos con lo que hubiera supuesto la financiación en términos de crowdfundin,  y resulta que: con cinco euros por cabeza habría sobrado para sacar un juego que casi todo el mundo pago por más de 50.

Tomando alguna referencia más, esta misma semana se publicaba un nuevo trailer de Iron Sky, que es, para entendernos, esa película de la que desde 2006 se ha ido publicando material a cuentagotas, consiguiendo un comentario tipo: “¡anda, si estos locos siguen adelante con el proyecto!”. Una película de género, abiertamente freak (zombies nazis que sobrevivieron en la luna tras la II GM), y que, parece, han hecho a su completo antojo. En definitiva, algo así:

Es decir, los ejemplos, de mayor o menor calado, que van apareciendo, apuntan a la necesidad de contemplar muchos más aspectos en la motivación que funciona como auténtico motor. Es, en cierto modo, la esencia misma de la vida pero en este caso abriendo las puertas para que el público se involucre y decida sobre los proyectos que quieren que existan. O dicho de otro modo, el público como motor de lo que se genera, y no únicamente como receptores de una supuesta “producción cultural” que posteriormente se le intentará vender.

Otros antecedentes para el debate

Con la reaparición de Iron Sky se recordó la existencia de otro título con el que parece guardar conexiones (al menos visuales), y cuyo fracaso en taquilla podría arrojar una serie de claves respecto a la motivación necesaria para que proyectos presentes y futuros puedan existir por la vía del crowdfunding. De hecho, tres fracasos (más o menos absolutos) se merecen semblanza por lo atípico de su producción, a saber:

Caso 1: Sky Captain y el Mundo del Mañana

Sky Captain y el Mundo del Mañana es esa cinta que viene a la mente al ver los previos de Iron Sky. Una película que se estrenó en 2004, y que basó todo su interés en la recuperación de una estética artesanal gracias a los nuevos medios digitales. Una producción que se apoyaba obligadamente sobre el trabajo con cromas que se habían “puesto de moda” George Lucas con los nuevos episodios de Star Wars, pero mirando a un ya remoto pasado para justificar su razón de ser: una inspiración directa en los antiguos seriales. Es decir, la nostálgica presencia de las retroproyecciones en la barata ciencia ficción de los 50 y un indisimulado carácter de serie B. Todo esto en un momento en el que el público mayoritario pedía “el no va más” al pagar por una entrada, y en el que nunca más alejado podía haber llegado a estar el mainstream de los viejos modelos artesanales.

La película se la pegó. No se hicieron continuaciones, aunque una de las intenciones era que el propio Sky Captain pasara a convertirse en un nuevo tipo de serial. El director no hizo más películas desde entonces, y aquella era la primera. Con todo, entre quienes tenia que gustar, la película gusto. ¿El problema? Sin duda todo ese otro público al que probablemente no tendría que haber llegado de manera tan directa. ¿Que habría sucedido si el proyecto hubiera nacido apoyado por una comunidad que además fuera su público objetivo? Quién sabe, claro, pero probablemente se hubieran podido ajustar los costes para haber sido rentable desde el inicio, haciendo incluso posible la continuación de la saga.

Caso 2: Primer

Primer fue otra película que en su momento dio mucho que hablar. De hecho, fue rentable porque se inscribía en el publicitado cine independiente de la época, y porque nació como una apuesta personal de su director, un joven matemático que decidió liarse la manta a la cabeza para hacer (en todos los sentidos) una película de paradojas espacio-temporales desde una perspectiva gris y realista.

Shane Carruth no ha vuelto a dirigir una película desde entonces, aunque lleva años rumoreándose que arranca de una vez su segundo largo. Primer probablemente fue su premio y su condena: una película pequeña, que debería haber tenido un público concreto, se lanzó de manera más o menos masiva y esta generalización provoco chuzos por su carácter críptico y su “apariencia desapasionada”. Cabe preguntarse, ¿estas reacciones en contra, de las que no tenía culpa el director, pueden haber provocado este parón? Probablemente.

Caso 3: Planeta Rojo

Planeta Rojo es, sin lugar a dudas, un horror de película, pero interesante por lo improcedente de su existencia y por ser, de nuevo, la opera prima de alguien que no volvió a dirigir jamás. Tanto es así que su director, Antony Hoffma, ni siquiera tiene entrada en la wikipedia, y en la IMDB sale una ficha tan escueta como esta. ¿Cómo se las apañó entonces para que existiera la película? Imposible saberlo, supongo: venía del mundo de los FX y, de alguna forma, logró los 70 millones de dólares para poner en escena un desaguisado que, como en el caso anterior, tuvo la pretensión de abarcar más público del que debía. Un público que, además, por aquel entonces tendría la opción de ver películas marcianas de Brian de Palma y de John Carpenter. Y aquí surge, graciosamente, la conexión que enlazaría con los títulos anteriores.

John Carpenter es una de esas piezas claves para entender la existencia de un sector de público que ama el cine de género, el cómic y la cultura pop en general. Ese público que en 2001 hizo que una película pequeña como Fantasmas de Marte fuera todo lo rentable que no fue Planeta Rojo. ¿Por qué? Pues porque aun no existiendo como comunidad que sacara adelante la producción de la película, sí encajó en una que ya existía y que, posteriormente, la apoyo en los cauces por aquel entonces disponibles. O sea, los convencionales, los de toda la vida: comprar entradas, pagar por visionados, DVD’s, etcétera. Ese público que era, y es, una baza para que puedan existir películas como ésta, pero que, de no ser tenido en cuenta previamente, provoca desgracias como Planeta Rojo: ni recupero la inversión ni gustó a nadie.

Resumiendo

Producción colaborativa, parece un buen termino para definir el crowdfunding: un modelo que no solo buscaría un retorno económico, sino que establece lazos con lo que esta apoyando. El ejemplo de estas tres películas lo refleja de una manera u otra ya que, con otro planteamiento, tal vez hubiera se hubiera podido: acotar dimensión de proyecto, hacer posible la realización de un segundo trabajo o, directamente, anticipar y/o calibrar la posibilidad de dislate por ausencia de interés. Pero es tiempo de debate, en eso estamos.

Publicación original: enimaXes

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