Lo que las crisis esconden y justifican

Es algo que sabemos a pequeña escala, cuando lo cotidiano se ve alterado por algún suceso que nos obliga a tomar decisiones drásticas, pero preferimos pensar que lo grande está en manos de quienes velan por nosotros. Que el G8 apueste por combinar austeridad y estímulo para salir de la crisis en Europa no es sino la constatación de lo grande que se ha vuelto el laboratorio. Grecia tiene que permanecer en la eurozona porque es el escaparate del miedo, entre otras cosas.

Nos han contado un cuento de como las medidas radicales han triunfado en el mundo, que no se han propagado de la mano de la libertad y la democracia sino que han requerido shocks, crisis y estados de emergencia: Sólo una crisis, real o percibida, produce auténticos cambios. Un concepto de utilidad que el laureado Milton Friedman supo desarrollar y propagar.

De la mano de Milton y Pinochet, Chile fue el primer ensayo a gran escala de cómo se paraliza un país y como «se hace gritar a la economía». Pero las claves no estaba en las grandes huelgas y los disturbios sino en la labor previa becando alumnos chilenos para formarse en la Escuela de ChicagoChicago Boys«) que prepararon el nuevo plan económico:

El ladrillo, es el nombre de un texto de política económica chileno, que establece las pautas del sistema económico de libre mercado que sería introducido en el régimen militar de Augusto Pinochet, proceso llamado por sus adherentes como el «Milagro de Chile«. Sus autores habían sido becados en la Universidad de Chicago, donde tuvieron una fuerte influencia de Milton Friedman, y dieron paso, a su regreso a Chile, al grupo de economistas liberales conocido como «los Chicago Boys«. El Centro de Estudios Públicos lo califica «un documento clave de la historia económica chilena de este siglo”.

En un año, Chile batió un record histórico consiguiendo una hiperinflación insostenible del 342% así que hubo que seguir ensayando y, en 1976, le llegó el turno a Argentina. Pero los países anglosajones eran otra cosa, tras la aplicación de privatizaciones y recortes, la popularidad de Thatcher (incondicional de Milton, Pinochet y Reagan) disminuyó en medio de la recesión y el alto desempleo. Pero el shock de la guerra vino a salvarla: la victoria en Las Malvinas se tradujo en reelección.

Y llegó la era Yeltsin, marcada por la corrupción generalizada, el colapso económico, dos guerras en Chechenia y enormes problemas sociales y políticos que afectaron a Rusia y a otros antiguos Estados de la Unión Soviética. El relato oficial fue otro pero lo cierto es que el capitalismo de amigotes consiguió que en 1998 Moscú se convirtiera en la ciudad del mundo con más multimillonarios.

Y cuando la URSS dejó de existir hizo falta un nuevo enemigo. En septiembre de 2001 Donald Rumsfeld anunció la privatización del ejército en su «guerra a la burocracia» así que, justo a tiempo para avanzar un paso más en shock del miedo, las torres gemelas cumplieron su importante misión: «¿Quién es esa gente? ¿Por qué nos odian?». La teoría del choque de civilizaciones es una guerra abstracta e imposible de ganar, pero arroja datos muy curiosos:

Antes de 2001, la «seguridad nacional» apenas podía considerarse una industria. Hoy en día, es más importante que la industrias de la música y del cine juntas.

La nueva economía basada en el miedo funciona. En palabras de Bush, «la mejor defensa contra el terror es una ofensiva global, allí dónde esté». Así hemos llegado al capitalismo del desastre, aplicando las tres formas de shock simultáneas: el de la guerra, el de la economía y el de la represión. Los desaparecidos de entonces se sustituyen por los cuerpos en la cuneta como aviso. Pero mientras no vaya conmigo…

El negocio de la guerra nos ha llevado a los conflictos más privatizados de la historia: en 2007 ya había en Irak más contratistas que soldados. Pero incluso cuando los desastres son «naturales», vemos lo bien que funciona la doctrina del shock: el tsunami en el Océano Índico favoreció la privatización de la costa en Sri Lanka, mientras la población trataba de sobrevivir, y en Nueva Orleans, el Katrina dio la excusa perfecta para socavar la identidad de la ciudadanía despojándola de los servicios fundamentales, como la sanidad y la educación.

Pero corren tiempos complicados, los laboratorios tan grandes son difíciles de manejar. Con fuegos saltando por todas partes, la doctrina del shock pierde eficacia porque sus métodos empiezan a resultar demasiado visibles. Si bien es cierto que debemos concentrarnos en lo inmediato, en hacer, la falta de perspectiva distorsiona cualquier estrategia, por mucha pasión y trabajo que se le ponga. Vivimos en una sociedad alcoholizada en la que no es fácil mantenerse sobrio.

Las protestas crecen pero no es suficiente porque la formulación del malestar no contiene la solución:

La legitimación del poder político tiene muchas dimensiones, la más importante de las cuales es la representación, la elección y el apoyo popular explícito, sin duda. Pero no es la única. Hay un tipo de legitimación, que es la legitimación funcional, que a medida que el nivel en que nos movemos se distancia del plano de los individuos aumenta en significación.

Es decir, el apoyo popular legitima, pero se necesita que el sistema funcione (véase el caso de Berlusconi), ese es el tamaño del reto que tenemos por delante. Sin duda, tanto el documental basado en el libro de Naomi Klein como la entrevista a Daniel Innerarity, que me han impulsado a ordenar algunos datos en esta reflexión, son altamente recomendables.

Publicación original: enPalabras

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