No hay, como sabemos, película que no tenga su público. Da igual que éste se decida en un despacho de Hollywood, en una oficina danesa de arte y ensayo, o en las dependencias del Partido en Beijing. De una manera u otra, todo productor de cine confía en que ese público se convenza de ver la película y rendir un resultado. Aunque, sin duda, es en los Estados Unidos donde se estudian a fondo los mercados a los que dirigir las películas, y se controla con ese objetivo el marketing, la fecha de estreno, y, más desafortunadamente, los elementos del guión y la producción. Y aunque el modelo clásico de explotación cinematográfica según el cual son las parejas quienes llenan masivamente las salas está algo superado por otros conceptos (el familiar que reúne a padres e hijos delante de la pantalla, o el generacional que mueve a grupos de adolescentes o a parejas de adultos o jóvenes según los casos), la búsqueda de elementos que combinen una película de éxito para ellos (el tópico indica que debe tener acción, efectos especiales, sexo, western, thriller y ciencia ficción) y para ellas (amor, profundidad, preciosismo visual, melodrama, comedia romántica y cine histórico) vuelve locos a estos ejecutivos de lo visual.

Pero, con los años, el cine de Hollywood se ha ido especializando en su mercado, produce ya sin rubor películas que buscan específicamente público infantil, juvenil, adulto, masculino o femenino, y la especialización se desplaza a toda la cadena de producción, distribución y exhibición. Puede que el cine europeo no piense tan descaradamente en estos nichos de mercado, pero a su manera los acaba aplicando.

En el verano de 2010, España ganó el campeonato mundial de fútbol. Una victoria no del todo inesperada, pues hacía dos años había ganado la Eurocopa con reconocidas deportividad y admiración. Un mundial de fútbol dura para los equipos que juegan la final aproximadamente un mes del verano, y es obviamente un rival importante en las preferencias de ocio por parte de los consumidores. Nada que no sepan en la hostelería, que gracias a las tecnologías y las cadenas se ha podido recuperar de lo que supuso, hace veinte años, que la televisión emitiera un partido (¡sólo un partido!) los sábados. El otro gran damnificado de la presencia mediática del fútbol es, sin duda, el cine. Cualquiera que frecuente con sentido las salas de cine sabe que escoger la hora en la que juega el equipo local para ir al cine asegura una gran comodidad en la sala, sobre todo si el partido se produce contra un rival de renombre. Previsiblemente, el verano de 2010 era un momento en que mucha gente iba a optar por seguir en la tele los acontecimientos deportivos de Sudáfrica antes que ir al cine a ver… a ver ¿qué?

Los distribuidores y exhibidores innovaron una respuesta: llenar el verano de 2010 de películas orientadas, como producto, a las mujeres. No les parezca a ustedes esto una simplificación, porque el listado fue impresionante. Observen el conjunto de películas estrenado en ese verano que encajan en ese objetivo:

Villa Amalia, de Benoît Jacquot (2009)

Io sono l’amore, de Luca Guadagnino (2009)

80 egunean, de Jon Garaño y josé María Goenaga (2010)

A propósito de Elly, de Asghar Farhadi (2009)

Vincere, de Marco Bellocchio (2009)

Sexo en Nueva York 2, de Michael Patrick King (2010)

La última estación, de Michael Hoffmann (2009)

El silencio de Lorna, de Luc y Jean-Pierre Dardenne (2008)

Mi refugio, de François Ozon (2009)

La vida privada de Pippa Lee, de Rebecca Miller (2009)

Mujeres de El Cairo, de Yousry Nasrallah (2009)

Sin querer entrar en sociología de garrafón (gran parte de estas películas son de una producción supuestamente menor, existe una especie de desprecio psicológico en concentrarlas casi todas en un verano de fútbol –espectáculo supuestamente principal-, y, por cierto, sólo una de todas ellas está dirigida por una mujer), sé que este abanico de films incluye intereses culturales y estéticos muy diferentes como para que sus autores no se reconozcan en el resto de películas, y además rechacen casi con seguridad la etiqueta simplificadora que les he dado. Aunque, insisto, la etiqueta no se la doy necesariamente a ellos, pues la concentración de estrenos en apenas dos meses se debe a mecanismos de distribución y exhibición que los autores no controlan. Hay, además, algunas películas excelentes entre todas ellas.

Dadas así las cosas, ¿qué podíamos esperar para el verano de 2012? Un poco más de lo mismo, aunque lo que viniera fuera una Eurocopa, de algo menos de duración y tal vez menor intensidad, ahora que el hecho de que la selección española gane campeonatos no es novedad. Y, sin embargo, repasando mis notas de estrenos de este verano, encuentro una claramente menor profusión de títulos, desbaratando un tanto mi tesis. Pero, curiosamente, dos de ellos llegan a incorporar nombre propios femeninos en su título, y no sólo eso, sino que han resultado ser excelentes películas, de lo mejor estrenado en el año, y que por pertenecer de nuevo a producciones pequeñas, diseñadas para salas de arte y ensayo, y estrenadas en general en versión original, no van a llegar a mucha gente. Hay que hacerles un hueco aquí, es posible que algún aficionado al fútbol haya llegado a este párrafo, nunca se sabe.

Elena es una película rusa que el año pasado ganó el Sevilla Festival de Cine Europeo con una excelente historia de cine negro de implacable lectura social y profunda carga moral. Cuenta la historia de un matrimonio de un oligarca ruso –Vladimir- ya mayor, que se casó con la enfermera –Elena- que hace diez años le trató en un ingreso hospitalario. El matrimonio es funcional y desapasionado, con división completa de tareas, lugares, y, sobre todo, familias. Cada uno de ellos tiene un hijo de una relación anterior. La hija de Vladimir lleva una vida tópicamente disipada, y el hijo de Elena está parado, no tiene dinero para enviar a su hijo a la universidad, y acaba de tener un bebé. Mientras Vladimir, hombre severo y mandón, dota a su hija de los fondos necesarios, la familia del hijo de Elena vive una situación desesperada. El conflicto de la necesidad y el deber se pone sobre la mesa, y Elena, que controla de facto la vida dependiente de Vladimir, puede decidir. La radiografía sobre la sociedad rusa, compartimentada en estratos que no interaccionan, ausente de clase media que la vertebre, y con un egoísmo de clase, es sencillamente demoledora. Para ello, el director (un señor llamado Andrey Zvyagintsev, no me piden que lo pronuncie) se apoya en las interpretaciones, dado que rara vez habrá habido femme fatale tan cariacontecida, y usa una poética del traslado y el contraste: el moderno y lujoso apartamento de Vladimir y Elena en contraste con el piso degradado del hijo de Elena, o las silenciosas vidas separadas y monótonas del matrimonio con los interludios musicales de sus desplazamientos cuando salen de casa cada uno por su lado. La ruptura violenta al ver que es tarde para que la educación del nieto de Elena resuelva nada muestra una iniquidad social degradante, y el futuro para el bebé de la familia se deja en un impresionante plano cenital, sólo en la inmensa cama de Vladimir, mirando al cielo, apelando a fuerzas superiores que no le sacarán del infierno de la Rusia bajo la doctrina del shock. Si algo no es perfecto en esta película, puede ser el tratamiento del personaje de la hija de Vladimir, poco dibujado para lo que pedía la trama en contraste con el resto de personajes.

Margaret, por su lado, no es el nombre de la protagonista de esta película de estreno muy retrasado, sino una alusión literaria que la protagonista escucha en una de las clases a las que asiste en su instituto. Esta protagonista es una desatada Anna Paquin, alumna inteligente y contestona e hija de una actriz de teatro reconocida de Broadway. La muchacha es testigo de un accidente de autobús que ella misma provoca en parte y a consecuencia del cual muere una mujer atropellada. Tras una resolución rápida del caso, empieza a sentir remordimientos e inseguridad sobre la naturaleza ética de su comportamiento en el mismo, y remueve leyes, emociones y personas con el objetivo de impartir una justicia que ella misma, en su inexperiencia vital y su convencimiento propio, pretende conocer. Un personaje de un diseño complejo, con matices dados por su situación familiar y los problemas de conciencia de la sociedad liberal neoyorquina, que emparenta en la forma con un punto de vista (y alusiones temáticas) al John Cassavettes de Opening Night, y que apunta en el fondo al trauma de resolver el sentimiento de culpabilidad revelado brutalmente por las causas del 11S durante, al menos, la primera década del siglo en los EE.UU. El director es un dramaturgo y guionista norteamericano, Kenneth Lonergan, cuyos problemas con los productores por el montaje final ha hecho que el estreno se retrase más de un lustro y se desaten las controversias sobre la autoría real del montaje estrenado. Margaret tiene, además, un componente educativo jugoso que parte de las clases digamos conversacionales, ese tipo de talleres en que los alumnos dispuestos en círculo comentan un tema determinado, aprenden a respetar las opiniones de otro, etc… donde la protagonista encuentra un estupendo caldo de cultivo para su derroche arrollador de ética inflexible. A mí me gustaría ver la película de nuevo, conociendo ahora su tema, tras una relectura del imperativo categórico de Kant para asumir los problemas a los que la verdad enfrenta a una sociedad que se pretende perfecta.

Curioso en cualquier caso que las películas que coincidan tan arbitrariamente en este verano de fútbol hayan sido una rusa y una norteamericana que versan sobre la ética individual arrastrada por un entorno, ¿no?. Bueno, tengamos paciencia, nos veremos en el próximo torneo. Son tantos que seguro que no queda mucho…

Elena

  • Fecha: 25 de julio de 2012
  • Lugar: Cines Gólem Alhóndiga (Bilbao), sala 5
  • Precio: 5.50 €
  • Condiciones: V.O.S.E.

Margaret

  • Fecha: 27 de julio de 2012
  • Lugar: Cines Renoir Plaza España (Madrid), sala 5
  • Precio: 7.50 €
  • Condiciones: V.O.S.E.

Publicación original: enimaXes

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