Seguridad vs. Desafíos

Conviene recordar que, a menudo, es necesario volver al principio para entender el final, sobre todo cuando tanto paredes como escaleras se han convertido en recursos de desequilibrio.

Necesitamos estructura para sentirnos seguros y suficiente libertad para abrazar desafíos pero, cuando el marco se ha vuelto demasiado rígido, es bueno recordar la utilidad de ciertas sencillas herramientas para recuperar el espíritu de colaboración en beneficio de objetivos concretos y medibles.

Embriagados por años de (falsa) bonanza e inmersos en el orden aparente, fuimos proyectando la mirada hacia el ficticio infinito que se nos antojaba en una única dirección, rindiéndonos a lo excepcional, normativizando y normalizando, en lugar de tomar los avances como nuevos inicios que necesitan ser relativizados. Porque

La comparación con el pasado, que tiende a relegar lo probable en beneficio de lo impactante, hace que a menudo no seamos capaces de elegir la mejor oferta, sea una compra o una opción profesional. En eso, en la inquietante comparación, está la causa de esta inconsistencia dinámica que nos hace tan difícil determinar el valor de algo.

Pero en el fondo de este abstracto razonamiento no hay sino dos referencias que, aunque dispares, parecen tener en común el (exceso de) cemento que hasta hace nada parecía aglutinar nuestras decisiones y comportamientos: los centros comerciales y las instituciones educativas.

Con las ciudades rodeadas de oferta comercial encapsulada, parece que los templos del mercadeo están perdiendo su eficacia. Al menos eso parece indicar el curioso caso de la cadena Día en un comercio menguante. Impensable hasta hace muy poco que este tipo de establecimientos, caracterizados por su escaso diseño y su aspecto “de batalla”, publicitara sus ofertas «del día» en pleno paseo marítimo. Perdida la ilusión de la sociedad del ocio, la contundencia del paro masivo y la falta de expectativas nos imponen nuevas realidades: menos recursos, y más tiempo, para analizar las ofertas.

Tenemos por otro lado las instituciones educativas a las que también parece sobrar estructura y, en muchos casos, prejuicios. Sin tirarnos a la locura del todo va mal o abrazar sin más nuevos paradigmas, es evidente que hay que seguir cuestionando. Pero aquí la cosa duele más porque lo que realmente está institucionalizado son nuestros egos así que, cuando me tropiezo con una expresión como «liberalizando la docencia», no puedo menos que investigar. El decálogo de Foxize School resulta provocador pero eso es lo que se necesita, ¿no?

Agotada la época de presupuestos institucionales en las que el amiguismo permitía instalarse en la «oferta de prestigio», parece que la docencia en el ámbito profesional también busca cómo adaptarse. Porque no es lo mismo venderte (porque es eso, dejémonos de eufemismos) a un comité que decide… con el dinero de todos, que someterse al veredicto de quien de verdad paga. Se empieza a ver, como en todo lo demás, que la realidad se impone y eso implica humildad para asumir que las reglas de juego están cambiando y entender la competencia no como la vigilancia de lo externo sino como el propio desarrollo.

Liberalizar suena a competencia dura y eso asusta, pero también implica soltar cadenas y ataduras. Sin embargo lo importante está en el proceso, en la construcción de sistemas y puntos de encuentro, en los eslabones. Si dejamos a un lado los prejuicios y encorsetamientos, liberalizar es un buen concepto. Conviene seguir la pista al futuro.

Publicación original: enPalabras

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