Entender los propios filtros

Curiosos arcaísmos mentales cuyo afán de renovación incitan al borrón y cuenta nueva antes que a la revisión, tal vez por eso toleramos mejor la palabra mentira que la palabra plagio, tan enredada ella en antiguos modelos y leyes de hace tres siglos.

Tu miradaEn el juego de composiciones de escaparate en que nos movemos no es fácil encontrar el punto de partida sobre el que racionalizar las cuestiones importantes. Pero claro, ¿qué es racionalizar y qué son cuestiones importantes? La razón no debe estar para imponer sino para entender, aunque ello implique temporalmente ese des-orden que tanto asusta. Cambiar puede ser tan «sencillo» como permitir que se vayan desprendiendo las innumerables capas de uniformidad que nos nos asfixian.

recelo, cerrazón y una obsesión improductiva por custodiar hasta sus fuentes aquello que me ha sido ofrecido y temo que me pueda ser, de la misma forma, arrebatado.

De vez en cuando hay que hacer limpieza para recuperar las habilidades que más profundamente nos definen como humanos: la creación de sentido, el manejo de excepciones y la gestión de la carga cognitiva.

Estar a la defensiva con los cambios del entorno hace que desechemos por sistema los falsos negativos, igual que es fácil que se nos escapen aspectos de nuestra propia resistencia al cambio, incluido el exceso de control como indicador del riesgo que no queremos asumir.

Ni el pasado es lo viejo ni el futuro está en la engañosa carga de novedades porque, antes y ahora, todo es remezcla y ahí el verdadero talento, en la alquimia de las esencias. Y por eso, aunque el autoplagio está muy mal visto, debería ser norma obligada para rescatar ideas y planteamientos que en su momento no encajaban por falta de contexto. Negarse a la necesidad y los beneficios de la reflexión impide tomar perspectiva sobre las vivencias.

Si hace unos años me preguntaba quién reparte cartas, ahora veo que la pregunta debe ser ¿como romper la baraja? Por lo demás, me autoplagio convencida en las palabras de entonces con la intención de averiguar en que punto surge el peligro de alejarme de mi propia esencia.

Porque odio imponer y que me impongan, las contradicciones se me acumulan como un torbellino que anula la razón y amenaza con destapar ese otro yo que tan cuidadosamente trato de encauzar.

Lo curioso es que soy de esas personas que adora el conflicto como oportunidad, que no se escapan de las decisiones y que jamás he pensado que exista la «solución perfecta». Disponible a la provocación y a cualquier motivación, por precaria que sea, me siento más cómoda en lo imprevisto que en lo seguro.

Pero este continuum de trucos baratos y cartas marcadas aburre y cabrea.

Me han hablado de alfileres de sumisión… no sé… dicen que solo duelen al principio y que luego las marcas se confunden en la piel, pero he de confesar que tan amplio surtido de patrones, modelos y esquemas rígidos me confunden. Nunca se me dio bien el regateo, o negociación, que también se le llama. Así que yo, provinciana y artesanal, sigo a golpe de fuego y martillo, aún a riesgo de quemarme.

Parece que estas ideas y teorías de ahora vienen de serie, incluso en distintos colores, y que sólo es cuestión de elegir talla. Lo malo es que también tengo problemas con lo estándar porque, o me aprietan el cerebro, o me anulan el corazón.

Sin embargo reconozco que el sistema es cómodo y barato, de usar y tirar. Incluso con repuestos y nuevos modelos o sustituibles por piezas. Tentador, sin duda, porque a mí cuando las ideas se me rompen tengo que reconstruir desde el principio, ya no me sirven los esquemas.

¿De que hablo? De estrategias (¿?) institucionales, de convocatorias, de promesas, de hechos… ¡de urgencias!

Es que en mi vocabulario persisten inmorales las conjunciones y los adverbios: pero, sin embargo, aunque… ¡NO!

Publicación original: enPalabras

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