Como cada año, la Academia Galega de Audiovisual elige y propone, que no impone, un tema sobre el que desarrolllar nuestras aportaciones. En anteriores ocasiones me he dejado llevar por reflexiones más generales pero, tras la experiencia acumulada, la contradicción conceptual de la propuesta de este año me resultó tan inspiradora que me dió el punto de partida.

“á viaxe da nosa industria máis alá das fronteiras da nosa Comunidade Autónoma… tanto no referente a buscar negocio como a vender os nosos proxectos”

PapeisAcademiaGalegaAudiovisual2014«Las fronteras del extranjero»

La frontera es un tránsito social entre dos culturas. Restringido al ámbito político, el término se refiere a una región o franja, mientras que el término “límite” está ligado a una concepción tan física como imaginaria. Me asalta la duda de si al hablar de “nuestra industria” audiovisual nos estamos refiriendo sólo al primer concepto, al cultural, puesto que “buscar negocio” es ir tras el dinero y eso es algo que, cada vez más, no tiene territorio ni fronteras.

Por otra parte, industria es un término muy genérico y excesivamente dependiente de clasificaciones sectoriales obsoletas, sobre todo teniendo en cuenta que la audiovisualización del mundo es inversamente proporcional a la existencia de modelos de negocio. Una eterna peregrinación en la que el sector no da encontrado su sitio.

Hablar de industria es caer en la ambigüedad de intereses internos enfrentados, de falta de objetivos definidos y de carencia de estrategia. Y no será de otra forma mientras sigamos esgrimiendo las viejas leyes de la escasez en lugar de comprender las posibilidades de la abundancia. Por otro lado, “industria” es un concepto muy amplio con múltiples eslabones antes de llegar al producto terminado.

Contar historias es una manera de ser, una intencionalidad, una forma de vivir. Y en el caso de audiovisual, desde el momento en que todo se inicia y termina en una pantalla, la etiqueta de ficción o realidad es un oxímoron. Igual que tampoco importa su procedencia o duración, hay quien no es capaz de contener una historia en dos horas (o más) o quien sabe condensar un universo en un minuto.

De nada sirve ser un prodigio con la cámara, un artista de la edición o realizar una interpretación excelente si no se disponen todos los elementos para que surja la historia… y para que llegue a algún tipo de audiencia. Pensar lo contrario es como comprar ingredientes de diferentes calidades para cocinar de cualquier manera una comida que nadie va a comer.

La última película de Nacho Vigalondo, “Open Windows”, empieza en una sala de cine donde se proyecto una película en formato panorámico y poco a poco la cámara se echa atrás y se revela la pantalla del ordenador. Dice el director que no fue un planteamiento consciente pero que, sin pretenderlo, marca el fin de una era. Sobre todo porque cada vez hay menos salas disponibles, añado yo.

Yo soy muy partidario del VOD, que nos trae una cosa impagable y es el reencuentro con el cine independiente. Ha habido una época donde la clase media del cine se ha diluido, se ha evaporado y ahora mismo el VOD tiene una salud excelente y trae cine que no hubiésemos visto en otras circunstancias.

Más allá de la nostalgia, la sala de cine tiene algo que no tiene el consumo en casa y es la experiencia colectiva. Hay un par de géneros como son la comedia y el terror que, el día en el que dejen de verse en salas definitivamente, harán que tengamos que explicar a nuestros descendientes cómo era eso de que toda la sala se estuviese riendo cuando había un chiste o que toda la sala gritase cuando había un susto. Esa sensación es irrepetible.

La clave sigue siendo la audiencia pero el problema es lo que solemos entender por mercado, que NO es algo difuso. ¿Tenemos el atractivo de alguna especificad que nos defina? ¿Es necesario? ¿Queremos hacerlo? Porque en la realidad caben muchas realidades.

Publicación original: enPalabras

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