Los libros nos encuentran, incluso antes de existir o de ser públicados

«Mi infancia entre aguas», de Ángeles Fábregas, encontró su camino en forma de relato oral para hacer más llevaderas las largas horas de enfermedad de una persona cercana. Luego, a instancias de la familia, las palabras se fueron posando sobre el papel, pero sin intención de traspasar el ámbito de lo privado. Mientras, el contador oficial seguía su ritmo.

Algún tiempo después, cuando nos pusimos a bucear en la historia de las personas que hicieron ciudad a través del agua, el manuscrito de Ángeles, Gel, me encontró a mí… y me enamoró. En parte porque me trasladó a esa parte de la infancia en la que dibujaba el mundo a través del relato de «los mayores», pero también por la certeza de haber encontrado una pista más de esa parte de la Historia que no aparece en los datos ni en los relatos oficiales.

El proceso hasta su publicación fue cuando menos curioso. Dicen que tuve algo que ver, es posible, aunque creo que tan sólo fui un instrumento del destino de un libro que estaba empeñado en existir, que «me leyó» incluso antes de llegar a mis manos. Cuando me pidieron que escribiera el prólogo lo sentí como un honor, pero también con la inquietud de no saber si podría estar a la altura de la grandeza que destila la sencillez del relato de Ángeles.


El idioma de la vida

Nosotras, mis hermanas y yo, sabíamos los nombres de las plantas y de los árboles. Unos los sabíamos en gallego y otros en castellano, pero todo tenía su nombre porque papá nos lo enseñaba. Esa es una costumbre que aún tengo, la de saber y poner el nombre a cada planta o bicho. Bueno, sabíamos el nombre gallego en el “idioma de Cañás”, porque a veces oigo nombres en gallego que difieren de los que yo oía de pequeña.

“Papá” era D. Tomás Fábregas, una autentica institución en la empresa de Aguas de A Coruña que gestionó durante décadas todo lo relacionado con Cañás, la Traída y los primeros pasos de A Telva. Y todos esos nombres a los que se refiere Gel, la autora de este relato, constituían el universo de su mirada desde lo que fue su hogar en una etapa de su infancia. Porque la familia vivió durante muchos años en la Casa del Guarda, construida antes de 1908 con las obras iniciales de captación del agua del Barcés para el abastecimiento de A Coruña.

Cuando “descubrí” Cañás, hace poco más de un año, me cautivó. Conduciendo por las largas y estrechas carreteras que la separan del mundo, inexistentes hace más de un siglo cuando se construyó la estación, no podía dejar de acordarme de las fotografías del archivo, con aquellas enormes tuberías transportadas en carros y bajadas entre varios trabajadores a las grandes zanjas… cavadas también a mano. Parecía una época tan lejana como el lugar así que, mientras avanzábamos, empezaba a entender el relato de épica y camaradería masculina que rodea la historia de la empresa.

En mi segunda visita a la Planta conocí a Enrique Suárez, yerno de D. Tomás y que fue quien tomó el relevo en la responsabilidad de la captación y tratamiento del agua en A Telva y la presa de Cecebre. La afinidad fue total y enseguida empezamos a conversar porque la serena pasión de su relato me ayudaba a comprender, y humanizar, los datos que había ido leyendo en torno a la empresa y su historia. Y fue tal vez esa curiosidad por lo humano, lo que le llevó a hablarme de estas memorias que la hermana de Tere, su mujer, había escrito sobre su infancia en Cañás. Pero Gel vive en Vigo y hubo que esperar hasta el verano para conocernos y diera su visto bueno para compartir el relato. Después, todo fue sobre ruedas.

No sé qué me esperaba, un texto entrañable sin duda, pero superó mis expectativas. El relato me atrapó y me transportó a las múltiples capas de una realidad cuya riqueza olvidamos con demasiada frecuencia porque, mientras leía, imaginaba su voz a la vez mimosa y enérgica como diciéndome “espera, no corras, escucha lo que te estoy contando”. Y así debía ser porque allí estaba todo, no sólo los nombres de los árboles, las flores, las plantas y los pájaros, sino la Planta entera con cada uno de sus rincones y porqués. Y allí estaban “las personas” de las que había oído hablar y su forma de vida, la de una época no tan lejana, que tanto han contribuido con su esfuerzo e implicación a la modernidad que ahora disfrutamos.

Sin embargo, lo más sorprendente de este libro es su frescura casi cinematográfica porque la vitalidad del relato te hace sentir nostalgia de un presente que quieres hacer tuyo, aunque no te pertenezca. Los puentes, la faunilla diversa, las aventuras, el carnero que envestía, la máquina de hacer bloques, la tenebrosa maquinaria del molino, la fiesta parroquial, la flauta de caña que, como tantas cosas, arreglaba el “viejo Botana”

Por la noche nuestra radio se oía en todo el valle. No había otra radio porque tampoco había luz eléctrica en las casas y las de transistores aún no se habían inventado

La mirada infantil es un don efímero. Hay quien no la ha tenido nunca y estamos los demás, la mayoría, que la olvidamos. Pero hay personas especiales, como Gel, capaces de comprender el mundo a través de su mirada de entonces y hacer magia con las palabras para hacernos revivir incluso aquello que no conocimos.

En 1915, el mismo año que A Coruña se inauguraba el Palacio Municipal, empezó a funcionar un filtro lento en la toma del río Barcés en Cañás. Era el segundo que se instalaba en España y permitió, al fin, que la ciudad empezara a recibir agua previamente filtrada y esterilizada. Porque aunque hay quien dice que “el agua la manda Dios”, conseguir que llegara al grifo, y en buen estado, es una historia larga y apasionante que empezó en tiempos complicados en los que todo quedaba tan lejos que había que tener “disponibilidad permanente las 24 horas del día… ¡porque era el agua que iba a beber la ciudadanía!”

La evolución de la empresa de Aguas de La Coruña relata una parte importante de la historia de la ciudad a través de las personas que vivieron su construcción y desarrollo, pero no debemos olvidar a las que se encargaban del agua en su origen. Y además de ser un poderoso ejemplo de que el conocimiento NO se jubila, pone de manifiesto que la cultura corporativa debe ser relatada sin ningún tipo de pre-tensión de objetividad.

Las culturas corporativas definen la forma de estar de las empresas en la sociedad y de las personas en una empresa. Son huellas de liderazgos. Son batallas, éxitos y fracasos en la memoria colectiva, esa que se tiene aunque no se haya sido protagonista de la misma.

Y todas esas huellas de liderazgos, batallas y vivencias están contenidas en la geografía de la mirada de Gel que, junto con sus hermanas Tere y Ana, relata esa parte de la historia que los tratados no suelen contemplar. Porque, al final, la camaradería y épica masculina que se generó en ese estado de disposición permanente para la empresa no hubiera sido posible sin el amparo y el soporte familiar. Ahí es donde estaban las mujeres.

En octubre de 2016 tuvimos ocasión de recorrer con la autora los espacios que describe en este libro. Y aunque queden menos frutales (esos de los que se dejaban caer cuando su padre las llamaba con un silbido), no existan los puentes o la maleza se haya tragado al molino, Gel ha conseguido que me sienta un poco parte de esta memoria colectiva. Porque el lenguaje de la vida está en la grandeza de la sencillez.

La verdad es que nos conformábamos con poco. Todo lo convertíamos en acontecimiento


Publicación original: enPalabras

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