Esta imagen es una reproducción de la obra de Murillo: Santo Tomás de Villanueva dando limosna, que el artista sevillano pintó en 1678 para el convento de los Capuchinos y que tuve la oportunidad de disfrutar recientemente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, aprovechando un viaje de trabajo para el Instituto Andaluz de Administración Pública con quien estoy colaborando en un proyecto de Comunidades de Práctica.

La pintura muestra a siete personas, en el centro se ve al santo que, junto al mendigo que se halla postrado ante él y al que está dando limosna, forman el eje central de la obra.

A nuestra derecha hay tres figuras más, una anciana de expresión seria al fondo y un niño que puede que estén esperando su turno y, entre ellos dos, un anciano que se mira la mano, quizás calculando el valor de la limosna que acaba de recibir.

El conjunto parece querer reflejar la realidad económica y social de la ciudad, en aquel momento, una de las más importantes y ricas, pero también sometida a unos impuestos altísimos, con una desigualdad social desmedida y donde las frecuentes sequías y riadas daban pie a que los propietarios almacenasen el alimento para venderlo más caro aprovechando las hambrunas.

Pero lo que me ha llamado la atención del cuadro, no es el santo ni lo que genera a su alrededor. Lo que me ha capturado hasta el punto de secuestrar toda mi atención olvidándome del resto de la obra, es la escena de la mujer joven y el niño que se halla en el ángulo inferior izquierdo.

La dulzura de la expresión de la mujer y el vínculo que resulta del contacto visual de ambos invisibiliza las monedas que lleva el niño en la mano y, el que debería ser el tema principal del cuadro, la caridad del santo, pasa a ser contexto y queda apagado por la fuerza de este alegre encuentro cara a cara, rebosante de ternura y orgullo.

Se dice que Murillo, mediante su pintura, transmitía y educaba en valores a la Sevilla de su tiempo y, viendo su obra, no cuesta entender por qué: la potencia de las expresiones refleja lo necesario e incluso mucho más que lo que cualquier razonamiento verbal se propusiera comunicar ya que, los valores, no son constructos intelectuales, son mudos y se traducen en gestos.

Toda una lección para aplicar a nuestros contextos organizativos.


Publicación original: [cumClavis]

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