Determinadas lecturas no son las mismas con los años. La misma concatenación de ideas que en una época despertó en nosotros una determinada reflexión, con el tiempo despierta otra.

La experiencia de lo vivido a lo largo de este tiempo consigue que el foco ilumine matices distintos y nos hace más conscientes de otros significados, posiblemente más profundos, más claros, más interrelacionados con aspectos de la vida que no tuvimos en cuenta o no conocíamos antes.

Lo mismo sucede con algunas películas, no despiertan lo mismo pasados unos años. Se nos pone como un contorno anciano en los ojos que les da una perspectiva diferente, más crítica, haciéndonos conscientes de nuestra nueva mirada, además del paso del tiempo.

En el prólogo de su libro SPQR, Mary Beard pone en boca del lector la pregunta de qué aporta una nueva historia de Roma a las cantidad de buenas historias que se han escrito antes y ella misma responde que cada historia aporta, a las anteriores, la perspectiva de la época en la que fue escrita que, en su caso, se trata de una perspectiva de género que ilumina aspectos que, hasta el momento, se habían mantenido en la sombra.

Algo parecido sucede cuando en una conversación entre amigos aparecen temas recurrentes que hacen referencia a experiencias compartidas, no es extraño que, al cabo de los años, la interpretación de aquellas vivencias sea más serena y se vea influenciada por la perspectiva del tiempo.

Muy probablemente este fenómeno sea debido a la capacidad de empatizar y a la consecuente comprensión que se adquiere a medida que se va acumulando experiencia, pero lo que también parece indicar es que, de darse la oportunidad, lo que creíamos pensar sobre un determinado aspecto, es susceptible de perder su estabilidad a la luz del tiempo y adquirir nuevos matices que lleguen a aportarle un significado distinto y enriquezcan nuestro conocimiento sobre aquel tema que ya creíamos superado.

No siempre se trata de buscar lo nuevo y desconocido, exponernos a lo que ya conocemos permite actualizar, con la experiencia, nuestro conocimiento sobre el tema y seguir aprendiendo de nosotros mismos.

Las dos imágenes son de Albert Anker (1831-1910). La primera corresponde a Anciana leyendo y la segunda a Leyendo al abuelo. Con ellas he querido ilustrar el paso de los años y el encuentro con el propio conocimiento.


Publicación original: [cumClavis]

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