Coherencia…
Por supuesto los tacos, o groserías, que también se les llamaba, no los aprendíamos en casa. Igual que tampoco sabemos ahora por qué nuestros jóvenes beben tanto y tan pronto. Parece que el haz lo que yo diga y no lo que yo haga está tan grabado en el subconsciente colectivo que ni llama la atención.
Tal vez ahí radica el enigma de audiencia en cada repetición de Pretty Woman o el del rentable éxito que hizo de Cuéntame una serie interminable. Sobre gustos no hay nada escrito pero digo yo que no me cuadra esto de las cenicientas y los príncipes con lo políticamente correcto, ni lo de las evocaciones nostálgicas con recientes consentimientos ciudadanos.
Dirán que es por lo de las urnas, pero no me convence. No dan derecho a tanto, pero parece es lo que hay. Tenemos tanta prisa que priman los hechos sobre las palabras. Definitivamente, esta montaña rusa emocional de los últimos días, este desate de pasiones y posicionamientos rotundos, me desconcierta. Es como si todo el mundo se amparase en el «ya sé que no estuvo bien pero mira lo que tengo».
En todo esto me puse a pensar cuando me atrapó un título traidor mientras iba cerrando ventanas: El rigor como arma arrojadiza.
Vaya, que si nos paramos a pensar, igual sí que sabemos dónde se aprenden los tacos. El resto sólo es cuestión de coherencia.
Publicación original: enPalabras