Peligrosa nostalgia enlatada en oxidados discursos

En octubre de 2008, una exposición organizada por el Concello de A Coruña, O comercio coruñés no século XX. Cen anos de tendas, recuperaba fotos, útiles y documentos de los comercios coruñeses del siglo pasado.

Nueva York en Coruña, Grandes Almacenes El Pote, Saldos Arias, Saldos el Pilar, Precios Módicos… Un homenaje a la labor histórica del comercio en la ciudad a través de fotografías, anuncios publicitarios, placas originales, documentos históricos de apertura, balanzas y máquinas registradoras de la época. Incluso alguna maqueta histórica.

Un recorrido nostálgico para muchos y la oportunidad de reconstruir recuerdos para quién nos tocó ya en su etapa de decadencia y desaparición. Un pedazo de historia hilvanada entre lo que no se daba marchado y lo que estaba por venir.

Con la celebración del centenario de la Gran Vía de Madrid, el recuerdo se fue tomando en curiosidad por aquella realidad, más intuida que vivida, traspasando las fronteras de mi percepción personal hacia la experiencia colectiva que significó la profunda transformación de la ciudad en tan poco tiempo. Porque cuando los espacios cambian, la vida se reinventa… ¿o no tanto?

En mi memoria perduraban esos establecimientos, en los que mi madre revolvía entre empujones de las “señoras” que perseguían inexplicables tesoros mientras otras, con uniforme, hablaban entre sí a gritos ajenas a las clientas. Sin embargo ¿qué diferencia hay con esta innegable realidad de de centros comerciales cosificados?

La importancia de la actividad comercial, que fue creciendo a la par del desarrollo de las ciudades, o mismo siendo su artífice, no fue sólo económica relacionando la producción con el consumo, sino social en su función de generación de empleo, aunque de escaso valor, como se está viendo.

En breve se abrirá un nuevo centro comercial en A Coruña, el número 12, cuyo dossier promocional se inicia de forma ciertamente insultante hacia una bella ciudad que languidece sin expectativas. Apenas 250.000 habitantes en un pequeño istmo que no llega a los 37 km2 y que ve como su descendencia más dinámica se va yendo a los ayuntamientos colindantes.

Se habla de apuesta estratégica para generar movimiento social y económico en un área metropolitana que lleva años atascada en miopías localistas cuando la apuesta ya debe ser transnacional. Se presume de uno de los paseos marítimos más largos de Europa pero la falta de infraestructuras convierte en odisea la entrada y salida de la ciudad y un accidente en cualquier punto provoca un caos inimaginable y desproporcionado.

En medio de discursos institucionalizados que hablan de renovación, de uno y otro lado y en los distintos niveles, a los pies de nuestro universal faro, desaparece un mundo de relación e intercambio, se destruyen ecosistemas sin construir nuevas narrativas e identidades.

A raíz de la exposición de los cien años de comercio coruñes y del centenario de la madrileña Gran Vía, una historia con personajes empezó a surgir con vida propia para convertirse en el germen de un guión en el que me puse a trabajar. Investigar y documentar los recuerdos me está sirviendo para comprender la universalidad del proceso.

Y mientras escuchaba las anécdotas e indagaba en el contexto histórico, fui recorriendo una ciudad reinventada en la búsqueda de rastros y tratando de imaginar. Porque los sitios, las calles, y los edificios, hacen a las personas. Lugares-refugio, lugares-sueños, lugares-conversación, lugares-proyectos, lugares-afectos. Y en el recorrido, fui quedando atrapada en la historia de las personas que hicieron su vida laboral atendiendo aquellos establecimientos que fueron novedad a finales de la dictadura y que no encontraron hueco en el tiempo.

Una generación silenciada y rechazada en la transición hacia un milenio que ya no las veía: demasiado mayores para adaptarse, demasiado jóvenes para jubilarse y no “molestar” al ritmo de los nuevos tiempos.

Hace 30, 40, 50 años, en el proceso de modernización todo se dio por bueno, y quizá no todo lo que había era tan malo. Cuando las pequeñas cosas se dejan de nombrar, los espacios y tiempos se transforman en nuevas realidades que incitan a la improvisación, al mal desayuno, a la ducha rápida. A no esforzarte mucho en el saludo a los vecinos porque tal vez mañana, ellos o yo, ya no estemos aquí.

En las ciudades pequeñas, las calles van quedando sin recuerdos y sin luz. Ya no se pasean porque los escaparates van enmudeciendo, igual que la ciudadanía descontextualizada.

Publicación original: enPalabras

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