Estructuralmente hablando
Necesitamos, queremos, buscamos (¿?), soluciones y explicaciones globales al conflictivo encadenamiento de incomodidades que nos desbarajusta el statu quo. Lo “estructural”, en los discursos del poder, se cuela para sacudirse el polvo de responsabilidades no asumidas.
El paraguas de la crisis global cobija y esconde a quien lo sostiene porque, para abordar un problema estructural, es imprescindible llegar a la definición del conflicto de fondo cuyas relaciones de causa-efecto son responsables, directa o indirectamente, de todos los efectos indeseables que padecemos.
Pero las personas no somos así, en general nos movemos mal entre conceptos porque el mundo se vuelve significativo a través de los proyectos que tenemos. Por eso nos gustan tanto contar, y que nos cuenten, los casos de éxito, porque en la emoción que nos producen encontramos impulso y fuerza.
Es esta intensidad emocional la que deberíamos aprovechar para aprender haciendo y para llegar a entender qué conflictos individuales se han resuelto y si la suma de estos nos lleva a algún éxito más amplio.
Esto fue lo que más me gustó del planteamiento que Amancio Ortega puso en marcha en el proyecto Ponte dos Brozos con pretensiones experimentales, que no globales, por si la experiencia podía ser trasladable a otros miembros de la sociedad:
Mi sencillo y genuino deseo es que, a través de las estrategias y actividades propias de la Fundación, el fruto de mi experiencia vital, personal y profesional, alcance a aquellos miembros de la sociedad que, particularmente, precisen de especial acompañamiento y aliento.
Para buscar, y encontrar ese problema de fondo sobre el que volver a edificar, es imprescindible considerarnos en nuestra condición más humana y en la que nos mueven dos grandes deseos:
1.Bienestar
2.Aumento de posibilidades
Pero no llega con una sola, son dos condiciones indispensables porque
·El pacifismo confortable harta
·El cambio continuo angustia
Y es necesario recordar también que aunque la felicidad es un proyecto privado, sólo puede realizarse integrándolo en un proyecto más complejo.
Es decir, deberíamos aceptar las diferencias, en lugar de medirlas, y pensar a dónde podemos llegar con toda esa riqueza. Ese debe ser el papel de los datos, que sólo se convertirán en información si reflexionamos sobre lo que nos deben decir, no sobre lo que nos están diciendo. No hay que olvidar que “siempre vamos por detrás de aquellos cambios del entorno que despiertan la necesidad de que espabilemos”:
Tener en cuenta que no nos dirigimos al futuro sino a un pasado más avanzado es una buena manera de abandonar discursos apasionados sobre un hipotético mundo feliz, ya de por sí muy poco convincentes, y substituirlos por planteamientos más orientados a subrayar no tan sólo la caducidad sino también la obsolescencia de la situación actual.
Asumimos que decidir es elegir y, por tanto, dejar algo. Pero lo hacemos por impulsos y la inseguridad sobre lo que dejamos nos lleva a la frustración. No tener un método de decisión nos paraliza por que nos atascamos en lo que perdemos y no llegamos a concentrarnos en las ventajas de la opción elegida. Eso es lo que tenemos que aprender, a hacer las preguntas que nos dirijan hacia la información adecuada sobre la que empezar a reflexionar para tomar decisiones como un proceso secuencial.
Porque la esencia del éxito es un proceso dinámico que hay que trabajar paso a paso y contemplar en perspectiva.
Publicación original: enPalabras
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