¿Quien tiene el problema?

Nuestro trabajo con la administración ha estado mas relacionado con estudios y evaluaciones, con la representación empresarial, o con proyectos de innovación e investigación de mis clientes que el ámbito propiamente de consultoría. Es raro que las instituciones quieran, o se planteen, reinventarse.

Pero ni la administración es un todo uniforme ni las personas que la habitan duermen voluntariamente en el paraíso que desde fuera suponemos. Y más aún si hablamos de ese medio camino de difícil trazabilidad constituido por empresas públicas, fundaciones y demás.

Comentaba no hace mucho mi cambió de percepción al acercarme a la realidad interna del árido e ineficaz procedimiento administrativo como consecuencia de trabajar en equipo con las personas responsables del programa que debíamos evaluar. Decía entonces:

Organizar la trastienda me parece una tarea demasiado ingrata en medio de la ineficaz y sobredimensionada red institucional y la falta de una estrategia de futuro. Cambiar el modelo productivo con una administración que no cesa discurriendo en paralelo, es seguir aumentando lastre.

En este caso, era fácil localizar el cuello de botella que sumía a estas personas en la tediosa y agotadora sensación de no dar abasto: un sistema informático obsoleto. Sin embargo, como siempre, la limitación física no hace sino apuntar al origen de los problemas que no es otro que el de las decisiones, las que se toman y las que se evitan. Es decir, siempre un problema político y de liderazgo.

La semana pasada tuve ocasión de conversar largamente con una persona con responsabilidades en una empresa pública y debo reconocer que me sorprendió ir avanzando en el conocimiento de estas capas que dan una diferente dimensión al problema de fondo. Cierto también que compartimos un cierto «optimismo existencial», que nos permite asumir que otras formas son posibles a pesar de que la naturaleza humana obliga a poner los pies en la tierra con demasiada frecuencia.

Por eso la conversación no giró en torno a las ambigüedades del sistema sino su relevancia en la actual situación de crisis y descapitalización institucional. Porque, ¿hasta que punto es bueno que una empresa pública funcione bien? Ya sabemos aquello de que lo que es muy bueno para la agricultura es malo para el agricultor así que hay que asumir que la privatización de lo público ya no es una opción política sino un efecto perverso del sistema que se devora a sí mismo: sencillamente, hace falta dinero.

La venta de lo público suele argumentarse en criterios de eficiencia y eficacia así que se diría que si una entidad que gestiona servicios de interés general no pierde dinero, sino que incluso genera algo de beneficio, su supervivencia está asegurada. ¿O no? Pues tal y como están las cosas, puede que sea incluso la peor de las situaciones. Quizá estemos ante «la joya de la corona», saneada y por tanto muy apetecible, que permite un rápido retorno de inversión y una apuesta golosa.

Por supuesto que se respetarán los derechos de las personas que trabajan en ellas, ¡faltaría más!, pero cuando el dinero ya no es «de todos», alguien se va a poner a pensar en la productividad… La pregunta es, ¿por qué no se hacía antes?

De entrada hay que considerar el concepto de beneficio desde una perspectiva más amplia, es decir, no solo como un efecto positivo (sea o no en dinero) sino como la eliminación de efectos negativos. Por otro lado, no es lógico considerar que las personas hacemos las cosas mal conscientemente, sino que no se nos permite, o no se nos muestra, la fórmula y mecanismos para mejorar.

Es cierto que se abordan mejoras por departamentos, que se informatiza, que establecen medidas y se modernizan procedimientos pero, a la vista está, no es suficiente. ¿Se puede hacer más? La cuestión es que, posiblemente, se trata de todo lo contrario, de aprender que el óptimo global no es la suma de mejoras parciales sino encontrar y reforzar el eslabón más débil. Y siempre, invariablemente, apunta a las personas que toman las decisiones, a la formación de equipos de trabajo y al establecimiento de objetivos.

Pero volviendo a la incertidumbre interna que genera la posibilidad de privatización, ¿merece la pena hacer algo cuando la amenaza ya se dibuja en el horizonte? ¡Por supuesto que sí! Tal vez no quede tiempo para demostrar que mejor no vender pero nadie se mete con algo que funciona. ¿Por qué no empezar ya en lugar de esperar a que otros cambios nos vengan impuestos?.

Me preguntaba este directivo cómo vencer las resistencias internas a una propuesta de actuación que tú ves a todas luces necesaria. No hay una respuesta, desde la consultoría se puede aportar conocimiento y método para trabajar conjuntamente en un problema aunque habitualmente se tienda al error de querer curar problemas internos con arreglos externos. En todo caso, él tenía muy claro que, aunque lo ve difícil, no necesita remedios sino encontrar el camino para una solución.

Publicación original: enPalabras

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