Definamos éxito

Se dice que la mayoría de las organizaciones sólo cambian cuando están realmente amenazadas, cuando el coste del cambio excede los riesgos y esto quiere decir, a menudo, demasiado tarde.

Mi acercamiento al asociacionismo empresarial, hace ya bastantes años, fue en dos pasos fruto de la casualidad, que no de la causalidad. A pesar de que llevaba toda mi vida profesional por cuenta propia y asumiendo desde el principio el rol de contratadora, nunca se me había ocurrido verme como empresaria (de aquella lo de emprendedora no sonaba todavía) así que hasta que nos trasladamos a un polígono industrial y vinieron a llamar a mi puerta, yo me mantenía tranquilamente enfocada en mis propias zozobras.

De aquella, en una época en que las páginas amarillas (en papel por supuesto) eran un tesoro, la oferta de servicios me pareció interesante aunque debo reconocer que no llegué a utilizarlos nunca. Pero eso sí, pagaba religiosamente mi cuota porque por si algún día los necesitaba y despertó mi interés por el abanico de oportunidades de la cooperación.

El segundo paso fue un ingenuo comentario en una reunión en la que participaba una empresaria que conocía y lo siguiente que recuerdo fue verme integrada directamente como vicepresidenta en una junta directiva. A partir de ahí, todo fue aprender haciendo: estatutos, actos protocolarios, formulismos, actas, ruedas de prensa, reuniones con representantes políticos, interminables reuniones de órganos de decisión internos, representación e integración piramidal en otras organizaciones… ¡una locura!

Poco tardé en darme cuenta del caos pero no así de su causa así que mi perfil técnico, junto con una inagotable y agotadora capacidad para involucrarme, me llevó a cometer los aciertos y errores más interesantes de mi vida relacional. Tardé bastante en darme cuenta de que la habilidad para situarse en la foto es directamente proporcional a la de quejarse, exigir y hablar sin decir nada. El aprendizaje en primera persona del complejo entramado asociativo, de su (cuestionado) peso social, de su necesidad y de su (in)utilidad en la situación actual, es parte del proceso que necesito destilar para visualizar el escenario, enfocar y sistematizar proyectos de mayor calado que ahora me ocupan.

Tomar decisiones no es sencillo, la vida nos lo demuestra constantemente, pero en lo colectivo todo se sobredimensiona y amplifica. Se dice que el tejido asociativo necesita evolucionar pero la cuestión es averiguar en qué punto empezó el proceso a no adaptarse. Consciente de la ambigüedad de la pregunta e intentando no caer en la difusa dinámica de falta de definición de objetivos y dialécticas excluyentes a las que hace poco me refería, lo procedente es examinar y organizar los mecanismos e instrumentos que enmarcan el ámbito de las decisiones y el funcionamiento en el asociacionismo.

La curiosa relación de proporcionalidad inversa en la que el grado de descomposición social parece contribuir a la proliferación de chiringuitos precisa algo más que cosmética y recolocaciones. No podemos seguir pensando en paredes por escalar y escaleras únicas. Por eso el objetivo no es llegar a un enfoque teórico de propuesta universal sino empezar a aplicar cirugía allí donde se necesita. Porque el hecho de que un problema específico necesite una atención especial no puede implicar un planteamiento de desgaste hacia otro(s) sector(es) de la sociedad. Y, probablemente, ya hemos matado a demasiados mensajeros.

Publicación original: enPalabras

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