Entornos y contextos
Tras hora y media de conversación, al menos las dificultades empezaban a definirse, aunque todo seguía pareciendo muy lejos.
Normalmente hablamos de trabajo en mi oficina, la directora de esta empresa gusta del movimiento así que llega con su entusiasmo, o su problema, sin envoltorios adicionales, sin carpetas ni datos escritos, y hay que atraparlos al vuelo para irlos desmenuzando sobre el papel.
Pero esta vez la cita incluía café… tocaba acudir con el cerebro puesto, los engranajes a punto… y escuchar.
El martes no íbamos a hablar del avance de su ilusionante e visionario proyecto sino de las estructuras y engranajes, porque el conjunto de discordancias estaba alcanzando un volumen que había que escuchar. Pero había más, sus palabras, como siempre, al centro de la diana: «Me han ofrecido comprarme la empresa, principalmente por este proyecto, y es una buena oferta». Con el café puesto y tras improvisar un (muy) breve esquema, el día nos dio el marco perfecto para una de las mejores y satisfactorias sesiones de consultoría que recuerdo en mucho tiempo.
El proyecto se inició hace algunos meses, cuando la oportunidad le pasó por delante y supo gestionar las circunstancias, y a las personas adecuadas, para ponerse al frente. De hecho de no ser por ella, probablemente se hubiera perdido, junto con una importante dotación de fondos, en lo que «pudo haber sido y no fue». Como tantos otros…
Nos llevó un tiempo ir acotando y definiendo. Hubo que ir despojando de capas la oscuridad hasta que el núcleo empezó a cobrar vida, a recibir el oxígeno de su mirada renovada. Para ello tuvimos que ir desandando los pasos, cuestionando los planteamientos, buscando lo que podría haber quedado oculto por la ilusión. Y apareció, claro.
Al llegar al inicio vimos que los puntos estaban perfectamente definidos y que se estaban siguiendo con bastante precisión, mejor incluso de lo previsto inicialmente. Lo que no cuadraba, era el calendario. Pero entendámonos, no es que es que estuviera fallando la planificación sino los recursos, no humanos sino a nivel humano, que estaba consumiendo.
Cuando rescató el proyecto, la Fase I estaba llegando al punto de no retorno porque, como suele ocurrir, «unos por los otros…». Pero de repente se generó la consciencia generalizada de que había mucho que ganar y nada que perder y reapareció el interés… y las prisas. Tras hacer balance de la situación, decidió reorganizar prioridades y esfuerzos y apostar por él. Pero siempre hay más…
Mientras caminábamos siguiendo el curso de la ría, fuimos analizando qué es lo que hacía tan atractiva la oferta de compra que le habían hecho. Así, ensayando escenarios y afilando las preguntas, llegamos a lo esencial, la falta de comunicación que hacía excesivo el peso sobre sus hombros. Por el medio, como no, el mes de agosto con sus inexplicables deserciones, un hijo enfermo por un lado, la suma de pequeñas urgencias, la falta de concentración… Nada grave pero sí tan cotidiano que lo hacía indetectable y que había generado tal nivel de agotamiento que, la otra orilla, se hacía inalcanzable.
Fueron casi tres horas en las cobraron especial relevancia los silencios compartidos, como dejando espacio a las sombras para identificarse. Probablemente, casi por intuición, elegimos el entorno perfecto para definir el contexto en el que había que seguir avanzando. La estrategia no estaba mal, solo faltaban algunos ajustes. Y es que probablemente no habíamos dado la importancia necesaria al esfuerzo humano que exige recorrer la distancia entre dos pasos.
En medio de una luminosa mañana de octubre, la orilla empezó a dibujarse un poco más cercana.
Publicación original: enPalabras