Rubicon prometía pero no llega, para conspiraciones políticas prefiero las que se intuyen desde un punto narrativo más amplio. La trama, que parece quedarse a medias entre las historias personales y los tópicos del thriller político de espionaje, aburre por la falta de ritmo de un guión que parece haber sido desarrollado donde no debía. Como si tras dibujar las líneas maestras el resto hubiera sido terminado por un aprendiz sin instrucciones claras.

El enfoque, desde una asesoría política que recluta a los mejores, partía con un plus de original actualidad, el uso de la información: los datos, la privacidad, las conexiones, el relato…

“Un profesor que tuve decía que nuestro trabajo era encontrar los cabos y atarlos para luego comprenderlos. …los cabos están ahí fuera, en el mundo, o escondidos entre pedazos de información, entre los miles de signos y símbolos que extraemos de datos sin procesar… ¿Qué los relaciona? ¿Cuál es la historia?

Sin embargo se pierde en ejes discordantes de oscuras tramas internacionales regidas, como no, por el dinero y los negocios, que rivalizan en relevancia con historias personales mal dibujadas y peor rematadas.

Tampoco las conspiraciones y enigmas dan la talla intelectual que se les presume y, aunque algún momento con brillo sí que hay, no son suficientes para los trece capítulos que se hacen largos y tan anodinos como sus personajes. La lentitud no justificada cansa. Una lástima, la idea resultaba seductora.

Publicación original: enPalabras

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