Lo habitual… que no lo normal

El sillón y el mando a distancia del Dvd nos dan cierta sensación de dominio sobre el tiempo. Decidimos qué ver y cuando darle al play, podemos retroceder para captar el detalle o avanzar en la parte aburrida. Pero lo cierto es que el ritmo (acelerado) nos viene impuesto, algo de lo que no somos demasiados conscientes.

Queremos resultados, soportamos mal los preparativos y el tiempo de cocina. Nos agitamos tanto para no perder el ritmo del día a día que el fondo siempre se nos presenta turbio. Por obligación paramos, pero no nos detenemos… hasta que algo nos obliga.

Este fin de semana, para ser exactos de viernes a domingo, he encadenado una serie de reuniones de trabajo cuyos objetivos eran tan diversos como aparentemente dispares. Una, la más breve, se refería a un proyecto propio cuyo enfoque se tambaleaba peligrosamente. No fue una reunión al uso, más bien un café mágico en el momento oportuno que abrió de nuevo la puerta a la ilusión, es decir, a la posibilidad.

Las otras dos eran con clientes pero ambas fuera de horario laboral. La del sábado por la mañana se realizó en las instalaciones de la empresa y aunque su objetivo principal giraba en torno al desarrollo de un ambicioso proyecto, la presencia de algunas personas que sólo se conocían virtualmente contribuyó a un desarrollo conversacional poco habitual. Y no fue en la sobremesa, como cabría esperar, sino a primera hora, cuando el silencio de las instalaciones incitaba al movimiento en libertad y traer a primera línea lo que normalmente son anotaciones al margen.

A esa reunión acudí con maleta ya que para la siguiente nos habían convocado en un entrañable entorno marinero no muy lejano, pero sí lo suficiente para desaconsejar la conducción nocturna. Ésta se me atragantaba especialmente, sobre todo porque se trataba de una despedida, pero no de una persona sino de la empresa. Tras muchos años en el mercado, ya no podía ser, había que cerrar.

Desde luego, una situación poco convencional y no muy apetecible. Costaba disimular el cansancio, pero había que estar, así que el primer impacto cuando fuimos llegando no era muy gratificante. Para sorpresa generalizada, no había programa, ni sala de reuniones, ni carpetas con documentos. Y lo peor, sin conexión a Internet. Simplemente espacio, dentro y fuera, árboles, mar, sol y tiempo para «hacer nada». En realidad poco nuevo había que comunicar pero entonces, ¿qué hacíamos allí?

Y se formaron corrillos, claro, pero las horas eran largas. Y no había nada que esperar, así que lo inesperado tuvo su tiempo de cocción. Aunque pudiera, no sabría encontrar la forma de organizar el relato de lo que ocurrió: un grupo de casi veinte personas liberando su potencial cuando la oportunidad ya no pende de un hilo. Lo único que puedo decir es que la empresa ya no cierra, se transforma. Al no tratar de amarrar el pasado el fondo dejó de ser opaco para mostrar la realidad que se ocultaba. Descubrieron que lo que querían, debían y podían estaba en línea y se han puesto manos a la obra.

Conduciendo de regreso sentí que también mi marcador se había puesto a cero, como si por primera vez en mucho tiempo la percepción y las vivencias caminaran a la par. Y entonces me acordé de mi «descubrimiento» cuando me sumergí en el visionado de El cielo gira. Aquel día, el Dvd se burlaba de mi impaciencia paralizando la película de forma que me obligaba a reiniciar constantemente y avanzar con el mando. Pero ésta es una película muy especial que «más que a contar incita a sentir algo que vamos olvidando: la propia existencia».

En una de las paradas que me obligaron a avanzar me fijé en los protagonistas contemplando una puesta de sol que, en el tiempo real de la película, apenas se apreciaba pero con el x16 pulsado se mostró en todo su esplendor. Entonces fue un pensamiento fugaz pero ha vuelto de forma recurrente como «anotación» sobre la que me apetecía pensar. Pero ya no hace falta, este fin de semana tan «alterado» me ha permitido no sólo vivirlo, sino ser conciente de la importancia de disfrutar los tiempos y sus percepciones.

Sin embargo sé que la tentación volverá con fuerza así que he colocado algunas alarmas (en mi estómago, en mi corazón y en mi cabeza) para descubrir si el ritmo de lo que se me presenta ya viene acelerado y qué es lo que hago yo. Porque no hay nada tan productivo como reservar algún tiempo para «hacer nada».

Publicación original: enPalabras

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *