Es complicado saber cuál es el mejor formato para contar la realidad en estos tiempos. Por motivos estilísticos (¿qué es lo que más fácilmente vería el público?), pero también por motivos narrativos (¿tiene todavía valor la comunicación directa tras tanta telerrealidad?)

Ayer nos sorprendía la noticia sobre Isabel Coixet recogiendo testimonios por A Costa da Morte para un «documental» sobre los 10 años de la Catástrofe del Prestige.

Hay un punto interesante en todo esto: ¿cómo se afrontará el relato de lo sucedido desde el momento en que ya hablamos de tiempos recientes en los que existió capacidad para documentar aquel presente? Si la 1ª Guerra del Golfo fue la primera guerra en directo, el Prestige constituyó, en España, el primer caso en que el proceso informativo se dispersaba en diferentes flujos al mezclase varios canales: Prensa escrita, radio, televisión y, novedad, Internet. Y aun habría que añadir otro más: toda la producción que aparecería en los meses posteriores, ya fuera en formato amateur por parte de gente que se vio implicada en la catástrofe, o trabajos profesionales que con el tiempo irían apareciendo mayormente en televisiones.

La noticia únicamente dice que el trabajo tiene la intención de «recuperar lo sucedido como recordatorio para prevenir este tipo de desastres». Lo que no dice es la forma que le dará, pues sigue siendo habitual encerrar el trabajo a partir de material real en los limites del documental, y no concederle los amplios (y necesarios) márgenes de la no ficción.

telerotaEstos márgenes de la no ficción fueron los que explotó durante su carrera Peter Watkins, una de esas personas que pide a gritos el uso del adjetivo «poliédrico» por la capacidad que tuvo para ir más allá de lo convencional. Perteneciente a esa generación que, a ambos lados del Atlántico, adquirió destreza narrativa (y contacto con la realidad) trabajando en la cambiante televisión de los 60, Watkins fue llevando al extremo todas y cada una de las posibilidades del docudrama, algo que si bien no implica trabajar con material estrictamente real, sí marca unas pautas a seguir para que la veracidad de la narración termine de dar sentido al conjunto.

Es decir, Watkins quería contar como reales historias que podrían serlo, y eso implicaba echar mano de códigos narrativos que permitieran esta sensación de realidad. Y The War Game fue, probablemente, el gran ejemplo para definir una carrera y para pensar, a posteriori, hasta donde pueden llegar los limites de lo documental.

The War Game es un mediometraje que narra una crisis nuclear en la campiña inglesa en plena Guerra Fría. Lo que tenía que servir para recordar el 20 aniversario de la bomba de Hiroshima provocó un fuerte desencuentro entre el gobierno británico y la BBC: Se prohibió su emisión en TV (donde no vería la luz hasta 1985), aunque tuvo estrenos en salas inglesas y llegó a ganar el Oscar a la mejor película documental de ese año. Y todo esto a pesar de «no ser verdad».

La película de Watkins dio una visión de la realidad echando mano de la ficción para hacerla pasar por veraz, algo que hasta tendría un reflejo a gran escala cuando casi 20 años más tarde con El Día Después, curioso retorno en el que se realizó una película para televisión con la intención de enseñar, en este caso directamente desde la ficción, los riesgos que tenía el desmadre atómico que había ido creciendo durante las décadas de la Guerra Fría. The War Game sin embargo quería resultar real, los códigos utilizados debían transmitir esa sensación y llegó a provocar alarma en los primeros pases. Watkins se anticipaba a las lecciones: quería sembrar alarma y advertir.

Mientras esperamos a ver qué caminos toma Coixet, siempre será interesante recordar el que en su momento siguió Watkins:

Publicación original: enimaXes

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