Quien mucho abarca…

Empezaba (casi) bien: «Esta película es el resumen de un aprendizaje que continúa permanentemente y bajo ningún concepto debe entenderse como concluyente en absoluto». Pero intuía sombras porque las palabras «concluyente» y «aprendizaje» no mezclan bien, agua y aceite. Quizá por eso procuré que mis notas durante el visionado se ciñeran en lo posible al contenido.

Este proyecto me interesaba especialmente por varios motivos: por la luz que puede arrojar el hecho de asomarse al conocimiento de una práctica diferente, por el potencial de difusión del audiovisual, y por el modelo colaborativo de su desarrollo. Pero, sobre todo, por lo que podría aportar en torno a la metacognición en la reflexión sobre el aprendizaje , es decir, saber evaluar:

… en la construcción de conocimiento las personas usan «marcadores epistemológicos». Saben cuándo están generando hipótesis, cuándo necesitan comprender algo, cuándo se enfrentan a información nueva, cuándo llevan demasiado tiempo sólo leyendo pero no reflexionando, etc. Tienen su propio metadiscurso de construcción de conocimiento y son, por tanto, capaces de evaluar no sólo lo que saben sino el conocimiento que ha construido su comunidad.

Había visto el trailer y poco más. Quería ver la película documental sin ideas preconcebidas porque daba por sentado dos cosas: que casi dos horas y media es tiempo suficiente para enfocar y contextualizar un buen contenido y que, hablando de propuestas diferentes, sería un magnífico espacio para mi propia reflexión. Pero no fue así, no al menos en el sentido que esperaba.

Transcurridos unos días repaso mis notas y percibo mi propio sesgo hacia aquello que me interesa, es decir, recogí la parte del mensaje con la que ya estaba de acuerdo previamente y esto hace que me plantee serias dudas en relación a los peligros de la polarización de grupo. Porque…

  • No se puede adoptar la misma actitud de dogma que se pretende cambiar.
  • El mensaje descontextualizado suena a cuento de hadas. El incentivo para profundizar en el proyecto no debe enfocarse a los «ya convencidos».
  • Todos los actores implicados deben tener voz.
  • Si se habla de «aprendizaje que continúa permanentemente» hay que mostrar qué lo origina y compartir el ensayo y error que valida el proceso.
  • No se puede disparar a todo el monte, hay que definir un público objetivo para estimular nuevas prácticas: ¿El profesorado? ¿Los padres? ¿El alumnado? ¿Las instituciones «oficiales»?

Entre las preguntas que me surgieron de forma inmediata también está el modelo de sostenibilidad de estos proyectos, tanto en su aspecto económico (nadie vive del aire) como en el enfoque posterior de relación e inmersión en la sociedad, que se rige por otras reglas. Porque fluir, tan de moda ahora, implica eliminar obstáculos ficticios, que no es lo mismo que fingir que no existen. Porque lo que importa no es lo que se enseña sino lo que se provoca haciéndolo.

Me molesta especialmente el broche final con la exaltación del amor, un término que tiene tantas definiciones como personas, igual que, como se dice en el documental, hay tantas escuelas como realidades sociales. Pero, a pesar de las incoherencias, me quedo con lo positivo del mensaje:

La libertad no se puede obligar, pero sí se pueden abrir espacios. Lo que necesitamos es trabajar con humildad y observar, porque el secreto es la mirada del ser humano sobre los otros: no podemos ver si no nos enfrentamos al aprendizaje interno, al cambio personal. Para poder ser maestros debemos aceptarnos como un continuo proceso en desarrollo.

En la formación del conocimiento tirar funciona mejor que empujar y para eso conviene recordar que necesitamos saber más de las dinámicas de la red que de sus líderes. Es por eso que los ideales no tienen lugar en la educación, porque impiden la comprensión del presente. Y todo necesita un punto de partida.

Publicación original: enPalabras

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