Borat es el ya famoso (sí, ¿no?) falso documental en que Sacha Baron Cohen parte de este personaje ficticio para dar la enésima vuelta de tuerca a la cara más ramplona de los Estados Unidos. Todo partía de un esquema básico: soltar a una estrella mediática de Kazajistán en el país para ir poniendo en aprietos a los paisanos al enfrentar las supuestas diferenciaciones culturales.
Dejando a un lado la construcción del gag que pudieran ir buscando los responsables de la película, el punto de mayor peso para poder colar las «bromas» mientras rodaban, era el apelar a que todos vinieran de un país que probablemente les sonaba «a chino», la excusa perfecta para poder introducir comentarios machistas, xenófobos, homófobos, y de cualquier tipo de caracter ofensivo que se le pueda ocurrir a uno. Kazajistán, en su improbable pero aseverada existencia, era para las víctimas de Borat un pequeño paraíso mental: una región capaz de mantener programas de televisión al tiempo que vive en el más absoluto atraso político y social.
Las autoridades de la república euroasiatica amenazaron de aquella con denunciar a los responsables de la película por dar esa imagen del país. Supongo que por subir tras su estreno los indices de turismo (que hablen de mí aunque sea mal), finalmente esa polémica quedó aparcada. Al fin y al cabo, aquellos aspectos negativos que se destacaban en la película no tenían nada que ver con la realidad, algo que se podía comprobar, precisamente, yendo. Sin embargo, otras cuestiones problemáticas no podían servir en Borat para introducir lo humorístico. A la cabeza, Kazajistán como uno de los puntos neurálgicos de la actual ruta del opio, concretamente el mayor acceso de droga hacia Rusia.
La construcción visual de la actual geografía del mundo es compleja. Ya no por lo inabarcable de los miles de matices que se puedan dar en el planeta, es que hablamos de algo que probablemente no podamos ver, pero a lo que sí podremos llegar como espectadores. Este retrato es, con el paso del tiempo, más inmediato gracias a las nuevas tecnologias, pero al mismo tiempo se vuelve más y más complejo realizar un análisis de lo real: mayormente se enseñará lo que sea más conveniente. Generalmente aspectos positivos, en otros casos se fomentará una visión negativa.
Sucede al mismo tiempo que los cambios políticos y estructurales pueden afectar a este reflejo visual del Mundo. En el caso kazajo, la URSS supuso un gran filtro que durante años se esforzó en disfrazar la realidad para poder mantener su aparente poder. Ya lejos los contraataques de la epoca de la Guerra Fría, las ex repúblicas soviéticas son una constante fuente proveedora de impactos visuales referidos a la degeneración de todo un modo de vida.
Al mismo tiempo, el sindrome de archivo sirve para (re)contextualizar lo que pudiera estar sucediendo en todos estos paises. Salvando los años de distancia, con sus diferencias económicas, políticas y tecnológicas, la realidad actual de todos ellos no deja de tener puntos de conexión con crisis pasadas de la antigua facción occidental, con el agravante de que hoy en día todo es más rápido, más potente y, ahí vamos, más letal.
A veces me pregunto como fue que pude sobrevivir y tantos otros no. El lado oscuro de esa época era la sombra de la guerra de Vietnam. La guerra terminó en 1975 y dejó una sombra larga. Entonces vino el sida y causó otro impacto fuertísimo, y por supuesto todas las sobredosis. Y allí está New York, el lugar al que la gente se escapaba para poder ser ellos mismos. Ya no es lo mismo, pero ningún lado es lo que era. Ya no se trata del lugar, se trata de no estar atrapado en la idea de un lugar.
Lech Kowalski se refería así a aquella degeneración que asolaba occidente durante las décadas de los 70 y 80. Y lo hace con conocimiento de causa: arrancó su carrera cinematográfica rodando porno setentero, y de ahí paso a convertirse en autor underground próximo al punk. En el 87 estrenaba lo que podría haber sido su testamento: una atípica producción de la Troma (uno de sus escasos escarceos por el cine serio) titulada «Gringo: Story of a Junkie«.
La película aprovechaba una trama de ficción para introducir metraje real de los ambientes drogodependientes del Nueva York de mediados de los 80. Fue, y es, un acercamiento directo a un mundo que posteriormente pasaría a convertirse en referencia sensacionalista en los medios de masas. Kowalski aprovechaba la dramatización para echar mano de lo que directamente conocía, y en el fondo toda la sucesión de escabrosidades no dejaron de ganarse el calificativo de amarillista en un mundo que, por aquel entonces, aun no terminaba de asimilar la presencia de las adicciones degenerativas como un elemento que conformaba la realidad urbana.
Este componente turbio llegaba casi al mismo tiempo que el telón de acero se debilitaba. Para entonces los paises comunistas apenas podían esconder la situación de pobreza en que se encontraban, llegando incluso a suponer un riesgo global en casos como la catástrofe de Chernobyl. Llegaba a su fin un periodo histórico caracterizado por las mentiras: no importó jamás el poder real de las partes, únicamente lo que eran capaces de aparentar. La sociedad, sus habitantes, ya no eran capaces de soportar sus respectivas realidades, y es ahí cuando entran, como en otros procesos históricos, las sustancias capaces de camuflarlasw. Si en occidente las drogas duras causaban estragos, en los soviets el alcoholismo era el cliché del que se echaba mano para poder perfilar una civilización desestructurada.
Casi 30 años después de que Kowalski rodara Gringo muchas cosas han cambiado. A pesar de los periodos de crecimiento, la crisis que estalló en 2008 redibujó el mapa de la pobreza en un mundo en el que mutaban las divisiones territoriales. Todo se fue interconectando, y las diferentes realidades sociales pasaron a compartir matices dentro de eso que a veces se denomina globalización. Los márgenes se definen como aristas en los entornos de exclusión, y, ya sea por el poder de las mafias o por la inmediatez a la hora de transmitir la información a traves de la Red, las diferencias culturales, raciales e idiomáticas se difuminan al focalizar los aspectos más escabrosos del ser humano. Uno de ellos, la presencia de las drogas, ha sabido expandirse de manera homogénea, salvando fronteras y límites geográficos. Al mismo tiempo, su tratamiento mediatico se envilece al servir como relleno extraordinario en las noticias diarias. Si en 1987 el mundo comenzaba a asimilar la existencia de los problemas derivados de la existencia de la drogadicción, a día de hoy la nueva crónica negra encuentra en las reyertas derivadas un simple y efectivo relleno.
Y así es como llegamos a estas cuatro piezas producidas por la revista Vice, publicación «que trata temas internacionales de sociedad, arte contemporáneo independiente y cultura juvenil» (wikipedia), siempre con un punto transgresor que traslada a su producción audiovisual. Los reportajes videográficos de Vice no son perfectos, pero tienen una particularidad muy estimable en estos tiempos que corren: son directos. No hay filtros propios de cadenas mediáticas, no piensan en una audiencia a la que no quieran asustar. Es cierto que saben rastrar el impacto, pero al mismo tiempo contextualizan hechos que, por lo general, se van reduciendo poco a poco a anecdotario escabroso.
El documental «Lágrimas de Kokodrilo», de 2011, se acerca a la ciudad siberiana de Novokuznetsk, en la frontera con Kazajistán. Se realiza a partir de la fama adquirida por la red de la droga «krokodil«, un compuesto de sustancias legales que termina provocando grandes deformidades entre quienes la consumen. Fueron, precisamente, estas imagenes las que la hicieron conocida mundialmente, las que la convirtieron en chascarrillo mediatico o de foros extremos en los que se destacaba, con tranquilidad y desahogo, que eso solo sucedia en Rusia. Y lo cierto es que no, pues mas allá de ser bautizada así el compuesto final es desomorfina, un pastiche que ya en otras partes del mundo estaba provocando muertes, puesto que sirve de efectivo sustitutivo a los opiáceos entre todos aquellos que ya no pueden costearse droga pura.
El reportaje de Vice no es, aviso, grato de ver. El paisaje siberiano no es un caso único en el mundo, pero si es cierto que esas regiones perdidas de Rusia acumulan de manera enfermiza una increible cantidad de aspectos negativos. En Novokuznetsk hay heroína, pero tambien prostitución juvenil, edificios en ruinas, mafias, sectas religiosas… Toda esa podredumbre que creemos alejada de nuestras ciudades la veremos reflejada en un pequeño nucleo poblacional siberiano, y podremos pensar que es, en realidad, un problema suyo: las jeringuillas por las calles, los exdrogadictos de mirada perdida, las reflexiones de quien se sabe condenado a muerte por no poder pagar una deuda.
Pero la autentica realidad es que todo obedece a la inexplicable mutación de la sociedad. Como si el presente hubiera sido en algún momento un futuro apuntado por David Cronenberg, el paisaje del los yonkis neoyorkinos del 87 ha degenerado hasta extremos insospechados. Lo que entonces se parapetaba en los márgenes urbanos, ahora forma parte de las grandes fronteras mundiales de la exclusión. Si a finales de los 80 se podía definir la degeneración del undergroud, en la actualidad es la depresión de sectores enteros de la población la que fomenta el asentamiento de comportamientos autodestructivos masivos. Y es que si hace 30 años la adicción podría llegar por sorpresa, hoy en dia directamente se llega a ella: el escapismo es la auténtica drogadicción, y esta es, en realidad, la más aparente de sus caras, solo eso.
Pd: Dudé si meter aquí La Pesadilla de Darwin, pero, con todo, aun existen mundos separados.
Publicación original: enimaXes