La cabecera de Los Soprano muestra a James Gandolfini (Tony Soprano), absoluto macho alfa de la familia y de la serie, conduciendo su todoterreno desde Nueva York a Nueva Jersey. Sale de un túnel y la luz le ilumina de frente; suena una canción moral mientras le vemos fumar su puro, el sol hace brillar sus brazos llenos de vello, el humo saliendo de su boca, el reloj caro… mientras deja atrás los polígonos industriales de la ciudad, los barrios pobres y el paisaje adusto, y, en representación clara del sueño americano, se va acercando al suburbio de lujo donde vive.

Los primeros episodios de Los Soprano rinden enseguida pleitesía a las referencias más obvias, como si desde un principio informaran a la audiencia de que, en efecto, el creador y productor David Chase y su equipo de principales guionistas y directores han visto y tenido en cuenta las otras películas. Así, un sorprendente Steven Van Zandt (Silvio Dante) compagina su tarea como guitarrista de Springsteen y comienza la función imitando a Michael Corleone contando su hazaña en el bar en que perdió la virginidad y mató a los que organizaron el atentado contra su padre.

(vía)
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La sombra de Martin Scorsese se configura en las primeras acciones de Christopher Moltisanti (Michael Imperioli): el descuartizamiento de una víctima en la carnicería Satriale’s, uno de los negocios tapadera de la familia, una referencia gore que crecerá en la serie cuando se convierta en productor cinematográfico en Las Vegas y ruede con Daniel Baldwin (dado que Ben Kingsley le rechaza) su crossover Cleaver (Cuchilla) sobre un mafioso descuartizado que conseguirá venganza después de muerto. Además de Moltisanti, otro personaje de la serie, Paul Gualtieri (Tony Sirico) parece inspirado en los personajes que Joe Pesci interpretó para Scorsese. Finalmente, no es menor el hecho de que Tony Soprano acuda a la psiquiatra Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) a intentar descargar su estrés laboral y encontrar una salida a sus ataques de pánico, porque su debilidad y tratamiento no son lejanos a los que Robert De Niro sufría en Una terapia peligrosa (o Analyze This, en inglés). Esta película era una parodia que De Niro, icono de las películas de gánsteres de Coppola y sobre todo Scorsese, abrazó con gusto, aunque Scorsese desde luego no evita los momentos paródicos en Uno de los nuestros y Casino. Y mientras se terminaba Los Soprano, en Italia se publicaba y se rodaba y estrenaba Gomorra, donde la mafia llegaba a ras de suelo, con pérdida completa de cualquier posible estilización dramática, y mostraba de frente lo que cabía esperar de quien se dedica al crimen organizado: una psicopatía encerrada en una vida de valores corrompidos y expresada en una vida rancia y sórdida. Italia es la patria soñada, estimulada como mito de los protagonistas de Los Soprano, pero parte del desgarrador retrato costumbrista de Gomorra también se huele en la cotidianeidad soprana.

Obviamente, Los Soprano quiere distinguirse de todas ellas y, en cierto modo, aglutinar muchos de sus elementos en una historia global que ha calado en el espectador hasta seguramente convertirse en un referente sobre el tema. No sé si definitivo, porque hay muchos. Pero sí es cierto que en gran parte lo consigue, aunque tampoco creo que sea el producto perfecto que la ya mítica serie supone: Los Soprano viene a ser uno de los mayores ejemplos de prestigio que ha relanzado la actual edad de oro de la televisión estadounidense. ¿La historia? En sus detalles no debería ser relevante, pero algo debemos decir: Jackie Aprile, el jefe de una familia italiana de Nueva Jersey con varios negocios fraudulentos y sus correspondientes tapaderas, está enfermo de cáncer, y su puesto se divide entre Corrado Junior Soprano (Dominic Chianese) y su sobrino Tony, que guarda las apariencias pero en realidad ejerce el poder en la sombra. Pero Tony tiene ataques de pánico y acude regularmente a una psiquiatra, cosa que mantiene oculta para no mostrar debilidad a la familia (ni que esta crea que cuenta más cosas de las debidas a una extraña). Sólo lo sabe su mujer Carmela (Edie Falco), católica practicante que, entre el desconocimiento asumido y la vergüenza moral, lleva la casa y educa a sus dos hijos para que prosperen y se dediquen a otra cosa.

Se ha comentado con acierto que Los Soprano encierra una radiografía de la familia de clase media-alta norteamericana, aunque sus ingresos y su relación con la ley sean irregulares. Obsesiones tan comunes como la vida doméstica y la convivencia de la pareja, los estudios de los hijos, los problemas del trabajo –desde una perspectiva incluso de gestión de empresa­- o los problemas derivados de la salud de los tiempos modernos (dependencia de los mayores, problemas psiquiátricos, rehabilitación de drogas, etc…) están diseminados por toda la serie, humanizando a los personajes y reduciéndoles cualquier capacidad de glamour mediante una cotidianeidad a veces tan abrumadora que al ser vista en el mismo medio en que antes hemos visto el brillo estilizado de la mafia resulta, por contraste, más terrible. No deja de ser inquietante que tras las reflexiones de Tony Soprano sobre la gestión de su equipo, o las discusiones de Tony y Carmela sobre la ayuda que deben proporcionar a la educación de sus hijos veamos algo más que un retrato de cotidianeidad: puede tratarse de una mirada crítica sobre una sociedad que, de una manera u otra, siempre se asienta tal vez no en el crimen pero sí en una ilegalidad de facto. Lo cual es una lectura estética dada también por la larga duración de la historia… si son como nosotros, si incluso son infelices y tienen problemas rutinarios como nosotros, es que en realidad es cuestión de circunstancias, y no de moral, el no ser ellos.

Esto también se extiende a los dos grandes motores de la serie, fundamento también de su atractivo digamos comercial, e integrados en el día a día soprano: la violencia y el sexo. Hace poco leí un comentario respecto a Juego de tronos, según el cual esta serie (de televisión, pero también de novelas) era a El señor de los anillos (películas pero novelas también) lo que Los Soprano era a El padrino. Es decir, una puesta al día aprovechando todo lo que se puede narrar en un canal de televisión con las condiciones en que puede trabajar la HBO. Mirar de frente y ser descarnado con la violencia es posible, hasta el punto de crear un impacto terrible cuando esta aparece (lo que es un shock inicialmente para el espectador, sobre todo si la presencia de violencia en pantalla no le supone un placer), con gran impudicia en ocasiones, hasta el punto de que llega a ser inesperado que haya episodios de violencia narrados en off, o con mayores discreción y elegancia.

Las ventajas que el medio, la televisión, da a estos mimbres e intereses dramáticos son evidentes en el diseño y profundización de personajes, donde brillan especialmente Tony y Carmela Soprano, grandísimas creaciones potenciadas por el tiempo y el contraste que cada personaje le supone al otro. Tony Soprano es omnipresente en la serie, rara vez hay más de dos escenas en que su figura oronda, tan temible como tierna, no aparezca como un Moloch ciclotímico más que como un padre o marido que hace regalos para redimirse (o un Padrino, ya que estamos, que pide intereses al 1% semanal) y su atractivo animal se potencia desde la cabecera. No le faltan amantes, gusta de los placeres de la vida, siempre vivió el ambiente en que trabaja y desde luego parece diseñado para su profesión: astuto, implacable, comedido si es necesario, calculador. Pero también tiene ataques de ira y pánico, que le hacen desmayarse, dudar de sí mismo y necesitar ayuda profesional (y prozac). En más de 76 horas somos capaces de entender desde las relaciones tormentosas con su madre a su aversión al juego (y por qué ésta cambia), desde su soledad del manáger a su en realidad autoprotector cariño por los animales. Detalles que enriquecen a un personaje hasta, en efecto, poder conocerlo mejor que a muchas personas.

El medio, no obstante, tiene también desventajas, y Los Soprano caen en varias a lo largo de más de setenta horas de narración. Tal vez son más claras al haber visto la serie completa de manera continuada en lugar de una temporada al año. Así, por ejemplo, resultan obvias las repeticiones de estructura dramática de cada temporada, donde se repite el esquema de aparición de un personaje nuevo en los primeros episodios (normalmente porque sale de la cárcel), que resulta siempre ser alguien de peso importante en la familia que hasta entonces NO había sido mencionado en temporadas anteriores, y que logra durar apenas una temporada, para que sólo su recuerdo se incorpore a la trama de temporadas posteriores. Los episodios también tienen una concepción individual, y yo diría que en gran medida son seguibles aunque justo el anterior episodio no se conozca, debido a que aunque existe una trama general de desarrollo de los personajes principales de la familia, ésta no condiciona necesariamente la rutina de cada día. En cierto modo esto también es una habilidad del equipo de guionistas y del creador, que se adapta al espectador de televisión (y no al de DVD), pero un visionado continuo lo revela y hace que el espectador recuerde tramas cercanas con gran convencimiento (cuando no un realismo contundente), cuyo peso debería ser enorme en los momentos o episodios siguientes, y, sin embargo, ni se mencionan de nuevo. Esto es también resultado de la propia mecánica de la serie, que sería un terrible monstruo caso de querer cerrar todas sus puertas abiertas. Pero es que estas resultan ser muchas. Tampoco creo afortunado el deliberadamente ambiguo final –cuando nada en la narración de toda la serie lo es hasta ese punto-, que supongo es así como única salida posible al final moral esperable, que también sería tópico.

Y, a pesar de todo, Los Soprano es un producto excelente, magníficamente narrado, interpretado y realizado, lleno de estupendos detalles de observación de la condición humana (en cuya crueldad y capacidad para la mentira sin duda cree), con buen ritmo a pesar de sus múltiples autores, excelente diseño de interiores (la casa de Tony y Carmela, el Bada Bing, la casa de Christopher, el Crazy Horse o el interior de Satriale’s son espacios escénicos de magnífica concepción y perfecto ensamblaje con los personajes que los habitan), que define bien a sus personajes mediante objetos, aficiones y casas en relaciones en ocasiones parabólicas, que tiene elementos continuados lo suficientemente bien trabajados como para que se pueda estudiar desde la cocina a la música de Los Soprano, y que aunque no haya satisfecho completamente a este espectador (al que tal vez habían creado demasiadas expectativas), le ha tenido varios meses esperando todo el día a su ración diaria de sopranismo. O sopranidad. O lo que sea que esta serie ha inventado y que los fans que tiene entienden a la primera.

  • Fecha: febrero a junio de 2012 (más de 76 horas)
  • Lugar: salón de casa
  • Precio: 0 € (préstamo personal de material original)
  • Condiciones: V.O.S. en castellano, televisión de tubo

Publicación original: enimaXes

 

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