El peligro de hacer las cosas bien
Los cambios y revoluciones surgen desde la periferia y en la ambigüedad de las fronteras pero, en muchos casos, terminan absorbidos o camuflados en la estructura del poder.
Esto no significa que haya que dejar de intentarlo pero a veces, la perspectiva del tiempo va dejando al descubierto inquietantes paralelismos al margen de la época, el país o la institución que lo represente.
Lo digital iba a ser revolucionario pero la revolución parece hecha sin alterar algunas estructuras profundas
Estas palabras de Gonzalo Martín reflexionando sobre la anormalidad digital convertida en vida cotidiana me recordaron a las de Eduardo Barreiros dirigidas al Ministerio de Industria y al INI de la autarquía franquista que durante años usaron y abusaron de las herramientas del poder, y de la atemorizada ciudadanía, para negocios privados de falsos brillos y escaso rendimiento (no sé de que me suena esto…)
Les estoy llamando ineptos a la cara
Razón, y razones, tenía para rebelarse este mecánico de un pueblo de Ourense que había conseguido convertir motores de gasolina en diesel y crear un imperio industrial con 25.000 empleados que contribuyó a la industrialización y motorización de España.
Aunque se esforzó por mantener buenas relaciones con el poder, Eduardo Barreiros fue persona incontrolable para el régimen ya que, además de progreso, ofrecía a sus trabajadores unas prestaciones sociales de un nivel excepcional para la época, con viviendas sociales, guardería, médico, permisos de maternidad y paternidad… Fue un adelantado en eso, como en la utilización de la publicidad para promocionar sus productos.
Este fin de semana he disfrutado del excelente documental que cuenta tanto su obra y milagros como sus errores, pero lo que más me ha llamado la atención es la contextualización de una época que creíamos enterrada y se parece demasiado a este difuso presente. Y entre las anotaciones y perlas capturadas, una que brilla de forma especial: el papel de las instituciones financieras.
(1:27 m.)
Recientemente también reflexionaba Julen sobre el sector de la automoción, planteando el potencial de la innovación abierta, y señalaba como principales dificultades las barreras culturales y el exceso de regulación interna y externa. Aunque hace tiempo que no trabajo directamente con este sector, entre la conversación generada en su blog y el caso Barreiros me han saltado algunas cuestiones:
– Que a las estructuras del poder, como a los camiones de la España de los cincuenta, lo que les falla es el motor: consume demasiado, tiene poca potencia y no se adapta a lo que le realidad demanda. Necesita una transformación radical, no sólo estética.
– Que tras la industria de la automoción el verdadero concepto era el de la movilidad y eso ahora es lo digital, ¿no?
– Que en la creciente tendencia a la innovación abierta y al desarrollo de usos que abraza la ciudadanía hay auténtico espíritu emprendedor que el poder detecta rápidamente pero, como también decía Gonzalo, los pioneros son devorados por los cocodrilos.
Y cuando las casualidades se juntan siempre hay una guinda porque justo ayer, con más de año y medio de retraso (¿?), estrenaron en nuestra televisión autonómica la película Eduardo Barreiros, el Henry Ford español, de la que saqué la frase que da título al post.
Publicación original: enPalabras