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Desde el principio hemos intentado contar nuestros errores de novatos en esto del cine. ¿El más gordo? No haber sabido que invertir tus propios recursos es una ofensa para los estamentos (instituciones, cadenas de TV…), que hay que venderlos en papel, aunque luego sean humo o el resultado merezca más olvido que alabanzas.

Empresarialmente hablando, y teniendo en cuanta lo avanzado de la crisis, probablemente con el Proyecto Máscaras he tomado, a sabiendas, las peores decisiones. Es decir, este primer trabajo como productora ejecutiva (ahora ya no me resulta extraña la etiqueta) merece, sin duda, una baja calificación. He de confesar que por dos veces lo paré, y que me enfadé mucho con el director por habernos metido en este proyecto tan complejo de desarrollar, pero tan difícil de abandonar. Hasta que en septiembre de 2011 se incorporó Belén y con la frescura de su mirada entramos en la fase de enamoramiento profundo.

En estos dos últimos (y agotadores) años, los tres mosqueteros (Iago, Tamara y la que escribe) hemos abierto y recorrido mil caminos, esforzándonos en sumar cada pequeño logro para seguir construyendo la posibilidad, cuya base no era otra que la reacción de las personas que, individual o colectivamente, veían la película.

Lo peor, sin duda, fueron las esperas y los «casi»: Instituciones, corporaciones, fundaciones, colectivos, personas… Diferentes porqués que no dábamos entendido y cuya consecuencia me colocaba como la «mala de la película» frenando espejismos para enfocar el esfuerzo con lo que pasó a ser nuestro particular mantra:

  1. No tenemos nada
  2. Estamos solos
  3. Confiemos en la potencia de la película

Por otro lado, la tendencia a crecer del propio proyecto parecía imparable, una especie de efecto perverso derivado de las grandes dosis de ilusión que había que derrochar. Y nos sentimos especialmente arropados por personas que nos iban regalando sus reseñas y comentarios o que, sin conocernos de nada, celebraban y compartían cada pequeño éxito (con especial agradecimiento a Paz Domínguez y Manuel Calvillo). Eso nos daba fuerza a la vez que nos sorprendía porque nunca pretendimos solucionar un problema, tan sólo aportar nuestro grano de arena: una historia real, la de un reto conseguido, que se podía transmitir gracias al cine. Pero estábamos en terreno de nadie:

  • Queríamos hablar de diversidad y de «capacidad para», pero esta «causa» ya tiene muchos dueños y bajo una etiqueta uniformante: discapacidad. Y nosotros pensamos que lo colectivo cosifica, que no era el camino. Y encima habíamos financiado el proyecto, no lo podían hacer suyo. Consecuencia: en el fondo resultamos molestos.
  • El sector (el del cine) no está por la labor de innovar y el pastel es ya demasiado pequeño como para facilitar nuevas entradas. Hubo quien quiso, por supuesto pero queriendo manipular el producto hacia esa telerealidad de la que tanto habíamos huido.

Todo parecía empujarnos a desarrollar un discurso «contra el sistema» y esa no era una opción, sencillamente el proyecto nos había transformado y colocado al margen. ¿Y eso era malo? Pues por reivindicar un tópico muy gallego… «depende».

Lo cierto es que con tanto esfuerzo y a tantas bandas el renacer de Calcetin(e)s a finales de 2012 nos pilló con el pie cambiado. Y encima, mientras buscábamos el canal para que la película «saliera de nuestras manos» (para que se pudiera ver) aparecieron nuevas propuestas, como el interés de una TV por serializar Máscaras. Tentador y apetecible pero, ¿a costa de qué? Nuestra película no era «un medio para» sino un objetivo conseguido así que nos centramos de nuevo en Máscaras.

En mayo Gonzalo Martín nos puso en contacto con Juan Carlos Tous y Jaume Ripoll de Filmin y Máscaras les gustó. El 30 de agosto anunciaban así el estreno: «Máscaras», un ejemplo que nadie debería perderse

Hoy estrenamos en filmin «Máscaras», uno de los experimentos más singulares y reveladores del cine español en los últimos años. La máxima demostración de lo que verdaderamente significa la magia del cine: aquella que no reside en lo que se proyecta en una pantalla, si no lo que se gesta detrás de las cámaras, a golpe de ilusión, esfuerzo y un afan inmenso de superación.

¿La única salida? Tal vez, pero también nos encajaba porque si asumes que estás haciendo algo diferente no vale llorar porque no hay sitio en las rutas oficiales.

[typography font=»Tinos» size=»24″ size_format=»px» color=»#d99c00″] Delimitando caminos[/typography]

Todo esto le contábamos Iago, Tamara y yo a Julen Iturbe, mientras compartíamos mesa y mantel, tras su participación en la UIMP en Coruña. Y Julen, que nos escuchaba casi diría que con artesana maestría consultora, nos hizo alguna sutil observación, como la que da título al post, que nos ha ayudado a detectar dos importantes piezas del rompecabezas (nunca mejor dicho):

  1. Transmitíamos exceso de autosuficiencia
  2. La implicación de las personas necesita espacio… y tiempo

Lo primero se soluciona contando, y eso trato de hacer ahora que la reflexión empieza a encontrar palabras. Si hemos dado la impresión de no necesitar ayuda, dejamos constancia de que era todo lo contrario: ¿Y por qué no lo dijimos? ¡Nosotros pensábamos que sí! ¿Y qué es lo que necesitamos? ¡Que más personas vean la película! Y eso me lleva al punto dos. Veamos.

Hay poco tiempo para ver cine, las películas no llegan a las salas, las entradas son caras… Encima andamos sobrados de estrés y preocupaciones, necesitamos evadirnos… ¿y Máscaras va de… discapacidad? ¡UF!

De nada vale que nos esforcemos por decir que no, que es la historia de un reto porque no podemos luchar contra la tendencia al etiquetado rápido. Y ya se sabe que la mayor inversión del cine está en el marketing pero a esa inversión sí que no llegamos. Por otro lado, con tanto bombardeo social, ¿a quién hacer caso? Pues, como siempre, a lo que te recomienda una persona en la que confías.

Compartiendo estas reflexiones con Julen me trasladaba otro interesante apunte de un amigo-colega: que a veces nos enamoramos tanto de los proyectos que los bloqueamos. O peleamos con tantos obstáculos que, como decía estos días Asier: “hacemos tanta fuerza para mover las rocas que nos contagiamos de rigidez”. Pues con esta nueva lección aprendida, y ya en fase de relajación y desenamoramiento estamos preparando este camino para que el compartir no dependa de nosotros. Será muy pronto.

Publicación original: Proxecto Máscaras

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