¡Pero no se lo cuentes a nadie!
Si quieres que no te escuche, introduce la palabra «secreto» en la conversación. ¿Y por qué? Muy sencillo.
Una conversación, que es mucho más que un intercambio de palabras, guarda relación con el contexto y con el tipo de relación que existe entre las personas que la mantienen. Pero incluso dentro del tipo de relación, existen diferencias de grado, que tampoco se debe confundir con la complicidad que genera la frecuencia convivencial, porque el hecho de existir experiencias comunes no implica proximidad.
Hay personas que airean sus «secretos» (viva la contradicción) y otras muy aficionadas a divulgar los de los demás. En cualquiera de los dos casos, mejor escapar. De las primeras porque si no respetan su propia intimidad, ¿qué se puede esperar? Además ¿te conviene tener cerca tal grado de egocentrismo? Respecto a las que gustan de contar secretos ajenos, hay varios matices y todos igualmente peligrosos:
- Saber lo que me pretenden contar, ¿me aporta algo?
- Si confía en mí, ¿por qué me advierte que no lo cuente?
- Si no confía, ¿me está utilizando de correa de transmisión? ¿Tan mediocre me considera?
- ¿Que beneficio le reporta que ese secreto se divulgue?
Y este tema del beneficio es el que empieza a convertirse en una plaga porque es fácil observar el incremento de rumores y secretos en paralelo al empeoramiento de la crisis. A esto le veo dos lecturas:
- El sentido de la decencia ha descendido en paralelo al estatus económico
- Se pretende mantener esa apariencia de estatus dando a entender que se controla mucha información privilegiada: «Es que tengo un contacto en …»
En el plano personal el asunto aburre, y en muchos casos ofende, pero en el profesional ha perdido toda credibilidad porque, tal y como están las cosas, ¿a cuánto va el kilo de contactos?
Publicación original: enPalabras