Simplemente no tenía miedo del ridículo
Parece que todas las historias de éxito, sea empresarial o de cualquier tipo, han de ser la réplica de la persona innovadora y disruptiva que «lo lidera». Pero claro, la mayor parte somos «normales»… Se diría que es una buena fórmula para sacudirse el polvo de la propia responsabilidad para cambiar las cosas.
En un excelente post cuenta Natalia Fernández como «Nintendo Karuta» pasó de ser una empresa que fabricaba cartas y barajas a la exitosa Nintendo que conocemos. Y todo eso de la mano de Hiroshi Yamauchi, formado en la más profunda y milenaria cultura japonesa y que tuvo que aceptar el (poco apetecible) mandato de su abuelo con sólo 21 años.
Tras el relato de su historia, dice Natalia en sus conclusiones:
Homologar miríadas de consultores para enseñar a los empresarios a no poner mala cara frente a lo nuevo o no apartar al trabajador atrevido de la cadena es mucho más difícil que enseñar un procedure de mejora incremental. Decirle a un fabricante de quesos que innovar es hacer un poco mejor cada año el mismo queso es más fácil que animarle a apostar por hacer algo nuevo que guste a los que aborrecen el queso. Pero normalmente lo más fácil no es lo mejor. Ni siquiera lo más útil.
Imaginen al señor Yamauchi, formado en la más profunda y milenaria cultura japonesa. Pueden apostar a que nunca dio un beso a su mujer al llegar a casa. Y sin embargo cuando le presentaron el «Love tester» no solo lo produjo sino que embarcó a la centenaria marca familiar en una «escandalosa» campaña de publicidad que vio todo Japón. Nunca le gustaron los videojuegos y en realidad solo jugó regularmente al Go, el juego más antiguo existente. Pero se jugó todo al Donkey Kong y a Mario Bross. ¿Era un visionario? ¿«Vió» el éxito? No. Desde luego no más que «vio» tantas otras apuestas que no fructificaron. ¿Tenía pasión por el riesgo? Difícilmente cabe pensar en alguien más conservador que en un viejo amante de las tradiciones japonesas.
¿Y entonces? Simplemente no tenía miedo del ridículo. Implantar la mejora incremental puede requerir miles de páginas de manuales. La grandeza solo exige apertura de espíritu.