esos bucles crueles que produce el exceso de soledad
La nula planificación urbanística coruñesa durante décadas de crecimiento permitió/provocó la aparición de falsos espacios comunitarios. La ausencia de trazado llevaba a los constructores a edificar sin ningún tipo de previsión de futuro, y en buena parte de la ciudad la constitución de manzanas tuvo su origen en la adaptación a las variaciones del terreno o a la simple casualidad. Aunque es a partir de los 80 cuando estos trazados empiezan a racionalizarse, en muchos barrios se sigue edificando por oleadas, generando espacios muertos que la corporación municipal jamas llega a contemplar como dignos de vigilar, y que en muchas ocasiones la propia vecindad termina adoptando un poco al asalto.
Estos terrenos muertos son ahora refugio de gatos y de precursores de las huertas urbanas, eso que en los últimos años se ha abrazado como un canto posmoderno a los orígenes de no se sabe qué. En realidad hasta no hace mucho también eran valoradísimos escondites para la prostitución y la droga. Tal vez contagiados de esta herencia, en muchos casos parecen haberse convertido en una absurda metáfora de la soledad ciudadana: desde decenas de ventanas se puede observar una pequeña porción de terreno vallada por edificios, ajena al espacio metropolitano y al tiempo de los horarios comerciales. Podrían ser grandes espacios para el juego y el ocio: en vez de eso hay gente, poca, que se va moviendo por irregulares cuadrantes de manera aparentemente silenciosa, sin que exista algún tipo de sensación de comunidad a pesar de ser pocos y compartir tareas.
Estas cosas se ven desde las ventanas
En el edificio de mis abuelos vive la Sra D.: Noventa y cuatro años, viuda y con las facultades mentales mermadas desde hace tiempo. No tiene agua en casa, porque los problemas básicos de mantenimiento derivaron en perdidas que obligaron a cortársela. El hombre del butano un día accedió a la vivienda y dijo que no sería raro que en algún momento de su situación derivara un sustazo. O algo.
La Sra D. tenía un perro con bastante mala hostia. Durante tiempo atendió huertas repartidas por solares de la zona. Su escalera huele mal desde hace mucho, probablemente porque hay que sumar algo de síndrome de Dyogenes.
La familia no parece atender a la Sra D, que, todo sea dicho, es intratable. Probablemente por culpa de esa deriva que produce la soledad. Ella ahora se dedicaba a los gatos: la gente del vecindario ya tiene asumido verla a cualquier hora repartiendo restos.
Ayer la Sra D. acudió, como siempre, a dejar comida para los gatos en este espacio interior. Los vecinos recuerdan haber visto luces un día de estos, pero no saben cual. Mis abuelos sí recuerdan haberla visto hacia medio día. Como siempre, no se quedaron esperando a ver qué hacía o cuando se iba, porque la Sra D. no atiende a ningún tipo de horario. Tampoco responde a la puerta si llaman. Se sabe que existe porque de vez en cuando se la ve, y porque su escalera huele mal.
Este medio día mi abuelo miraba por la ventana y notó que algo se movía. Podían ser camadas de gatitos arropados en mantas, que no es la primera vez que a la Sra D. se la veía aumentando familia con esos cuidados. A mi abuela le dio esa sensación al mirar, pero ambos tienen cataratas y no ven demasiado bien. Yo me acerqué a echar un ojo: con la distancia aquello parecía ser un brazo. Durante un buen rato me quedé mirando, y al fin ese posible brazo se movió y dejo al descubierto algo demasiado blancuzco como para ser un gatito. Hablamos con otro vecino para ir hasta allí a asegurarnos antes de llamar a la policía.
Nos costo llegar a la caseta oculta por la maleza y esos pequeños árboles: para ello había que subir un muro de más de dos metros que nadie entiende como la Sra D. podía salvar. Suponemos que desde la calle paralela tiene localizado algún agujero en el cierre, y que luego rodea varios metros de huertas para poder llegar al lugar en donde deja la comida de los gatos. Esto, a ojo, implica que la Sra D. cada día, desde hace años, se hace un rodeo ante unos 15 portales y muchos locales comerciales, arrastrando bolsas de despojos mientras evita a la gente con la mirada perdida.
En el lateral de la caseta estaba, efectivamente, la Sra D., puede que desde ayer, encajada en una hendidura entre la pared y el duro tallo de lo que allí crece. Tenía un pie desnudo, y me parece recordar que una bota se mantenía erguida a pocos centímetros. Probablemente se le quedo encajada y ella se fue al suelo, y allí permaneció hasta hoy, delirando e incapaz de moverse. El vecino comenzó a hablarle, y ella respondía entre delirios.
Llamé a la policía local. Unos 10 minutos más tarde me avisaron de que estaban en el portal. Salí a por ellos, porque sabía que por teléfono era imposible que entendieran a qué me refería cuando intentaba transmitirles la localización. Efectivamente, estaban buscando a una señora caída en la acera contraria, en un jardín convencional. Les hice cruzar, entrar al edificio, y por esa especie de sótano acceder al espacio central. Como todos nosotros, alucinaron al pensar que por allí accediera ninguna persona mayor, y cuando al fin llegaron junto a la Sra D. hicieron poco esfuerzo por intentar levantarla: en su estado delirante era más prudente que lo hicieran sanitarios. Yo ya no lo vi, pero un buen rato después consiguieron acceder con una ambulancia y se la llevaron.
La Sra D. podría haber muerto. Si no hoy, mañana. O pasado. Allí tirada era prácticamente imposible verla, y acceder no resulta sencillo. Al menos los edificios que miran al oeste no ofrecen un buen ángulo como para percibir nada, es posible que desde los que lo hacen al este sí. Esos son recientes, a lo mejor esas ventanas no están ocupadas, pertenecen a pisos vacíos, sea por la especulación, sea por no haber llegado nunca a ser vendidos. El caso es que allí estaba la Sra D. a quien en realidad nadie soporta porque es insoportable, porque habrá enfermado de sí misma en uno de esos bucles crueles que produce el exceso de soledad, y allí estaba, decía, muriéndose ante cientos de espectadores que ni siquiera la veían.
Publicación original: Blog de notas de Iago González para la bitácora de viaje de De Mudanza