Memes, rumores e ingenuidad colectiva

La propagación de rumores no es algo necesariamente malo. Depende en definitiva de la veracidad del contenido y de la capacidad que tenga el sistema para corregir el error si se demuestra que es falso, algo que como hoy se ha repetido por varios ponentes, falla más que una escopeta de feria porque ese ajuste pocas veces se produce con la misma intensidad que la difusión del rumor. En cualquier caso, compartir rumores puede ser útil y funcionar como una fuente de información alternativa en situaciones en las que los canales oficiales fallan.

Pero, «curiosamente las personas no reaccionan a los rumores con sano escepticismo”

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«la ciudad transparente»

El exceso de información conduce directamente al IFS (Information Fatigue Syndrom): “Los afectados se quejan de creciente parálisis de la capacidad analítica, perturbación de la atención, inquietud general o incapacidad de asumir responsabilidades. Este concepto fue acuñado en 1996 por el psicólogo crítico David Lewis” (de En el enjambre). El problema básico es que paraliza la capacidad analítica, es decir la capacidad de diferenciar lo esencial de lo que no lo es, que es la base del pensamiento. Nos encontramos, por tanto, que si hacemos equivalentes cantidad de datos y conocimiento resulta que puede suceder que al aumentar la cantidad de datos disminuya el conocimiento. Byung-Chul Han entiende que la transparencia “de forma violenta vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información” y que “el secreto, la extrañeza o la otredad representan obstáculos para una comunicación ilimitada. De ahí que sean desarticulados en nombre de la transparencia” (de Psicopolítica).

Una ciudad transparente no es, por tanto, una ciudad en la que se abrume al consumidor (según Han en la sociedad noeoliberal el ciudadano ha sido sustituido por el consumidor) con cientos de miles de datos que, en realidad, solo suministran información, sino una ciudad en la que los técnicos y los dirigentes tienen la capacidad de comunicarle al ciudadano aquella información relevante que le sirva para tener un conocimiento real de lo que está sucediendo en su ciudad. Una ciudad cuyo aire haga a las personas libres. Es decir, que no desnude su intimidad hasta volverla pornografía, que no anule su libertad individual haciendo desaparecer su personalidad. Resumiendo, una ciudad transparente no es una Smart City gobernada por las decisiones de millones de datos acumulados, sino una ciudad con un proyecto político verdadero que ponga el énfasis en los “por qué”, en la búsqueda de los fines, en la cooperación y en el conocimiento. Un ciudad construida por los ciudadanos, no por los datos.

Como recogía Julen Iturbe, por un lado «la sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual» y, por otro,  «transparencia y verdad no son idénticas».

Publicación original: DeMudanza

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