Lo que realmente determina la eficacia de un sistema de gestión del conocimiento no son sus mecanismos de captura y almacenamiento sino la cantidad y diversidad de espacios de intercambio y transferencia que se ponen a disposición de las personas para su distribución y transformación. Visto así, incluso capturarlo y almacenarlo es, hasta cierto punto, una inutilidad más de esa obsesión por capitalizarlo todo.
El calado del sistema de gestión del conocimiento de una organización está directamente relacionado con el concepto que ésta tiene de las personas que hay a lo largo de su estructura y de la consciencia e importancia que se le dé al conocimiento que éstas acumulan de manera continuada a lo largo del día, en cualquiera de las múltiples actuaciones que llevan a cabo, dentro y fuera de la organización, de las más vistosas a las más insignificantes, de los resultados que se obtienen , de los métodos y técnicas que utilizan para conseguirlo, de lo que se piensa y de lo que se siente respecto a lo que se ve y se hace.
Ignorar esta dimensión de la gestión del conocimiento es quizás uno de los motivos de la pobreza de muchos de los sistemas que existen, caracterizados por su frialdad y por estar más orientados a la comunicación externa que a aportar valor a los procesos de innovación, al desarrollo o al desempeño funcional del día a día de los profesionales. Las más de las veces, estos sistemas son meros recopilatorios de buenas prácticas referidas a proyectos estrella, publicadas en un soporte web estático y de un interés relativo incluso para las personas de la propia organización.
Otro de los factores de descapitalización de conocimiento por parte de la organización reside en el hecho de mantenerlo en el cerebro de una persona, de una minoría interrelacionada o confiarlo a una base de datos. La gestión del conocimiento no ha de enfocarse tanto a su captura y almacenamiento como a la fluidez y continuidad de su distribución para que éste pueda hallarse en movimiento, entre el máximo de personas posibles, enriqueciéndose con el filtro interpretativo y experiencial de cada una de ellas. A esto hay que añadir que no hay mejor manera de conservar la información que confiarla al mayor número de personas de la organización, de tal manera que su posesión y, en consecuencia, su pérdida no dependa de la permanencia ni de la generosidad de nadie.
Es ésta una lección que, de manera fractal, debiéramos aprender de las redes neuronales, donde la transmisión y aseguramiento de la información está garantizada por la multitud de sinapsis por la que circula y donde es prácticamente imposible localizar, topográficamente, una idea.