Re-aprendiendo a escuchar
La ciudadanía es, somos, las personas. Parece una perogrullada, lo sé, pero no es tan simple. De hecho es un término cuyo significado ha variado mucho a lo largo de la historia.
Según la RAE, parece ser ya poco más que una referencia administrativa de pertenencia geográfica o un comportamiento tan idílico como ambiguo: “comportamiento propio del buen ciudadano”. Es como si aquello de los derechos políticos, civiles y sociales que hubo que conquistar fuera ya una lección aprendida, pero se diría que algo falla cuando necesitamos acotar y especificar su significado: ciudadanía activa, ciudadanía emprendedora, ciudadanía de a pie, el bien de la ciudadanía…
Si algo deja claro la profusión del uso de la palabra ciudadanía en la retórica de los discursos es que su significado no está nada claro. Y no puede ser de otra forma cuando lo que de verdad se discute está más relacionado con el espacio entre la autoridad y la vida privada, con el hecho de poder ser actores en la vida pública.
“el espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo”. George Perec
La exigencia conversacional que conlleva el desarrollo del proyecto #dMudanza me está ayudando obligando a replantear algunas perspectivas de análisis en mi actividad consultora. Tal vez porque ahora voy profundizando desde enfoques a los que antes sólo me aproximaba de forma tangencial.
Y en este enriquecedor proceso de indagar (un concepto más amplio y menos pretencioso que el de “investigar”) voy re-construyendo la dimensión humana de mi diccionario y ampliando los conceptos y significados que subyacen en las “nuevas” tendencias de lo que, por más que queramos olvidarlo, siempre ha estado ahí:
La economía ciudadana no es únicamente economía de la ciudad o urbana. Es también una economía vinculada a los derechos ciudadanos: la economía es la actividad productora de bienes y servicios para el bienestar de la población. Una actividad que atribuye a cada persona un sentido de la vida, le hace sentirse útil, desarrolla sus habilidades y conocimientos y afirma su dignidad ante sus conciudadanos. La economía ciudadana es otra cara del urbanismo ciudadano. (Jordi Borja prologando a Roger Sunyer)
La ciudadanía “se busca la vida”
Siempre hubo innovadores y garajes, aunque no todos llegaran a ser tan famosos como los de Steve Jobs o Amancio Ortega. Y las personas, la ciudadanía, siempre han sabido lo que es la economía. Lo sabía Fernando, cuando se propuso aprender de qué iba aquello de los electrodomésticos en la década de los sesenta. O Antonio, cuando se decidió por una carrera más corta para poder hacerse cargo de la empresa de su padre. Y lo sabe la carnicera de mi colega Manel Muntada cuando le cuenta que ahora, con la crisis, vende más solomillos porque la gente sale menos.
La ciudad es el contexto en el que se desarrollan múltiples laboratorios ciudadanos y es, por definición, multidisciplinar. Pero no es suficiente, necesitamos indagar y evolucionar en las conexiones para llegar al conocimiento interdisciplinar:
Nada hay más interdisciplinar que la realidad y el fluir del pensamiento, por más que las reglas y normativas se esfuercen en compartimentar. Sin embargo la potencia de las ideas de nada sirve si no pueden ser compartidas.
La necesidad de ir entendiendo las rutas entre la abundancia y riqueza de las historias personales implica comprender lo extraordinario de ese eterno movimiento que es la ciudad. A veces tengo la sensación de que pasado y presente se han aliado para jugar al escondite con nuestro pretencioso afán de control.
Las ciudades no son inteligentes ni tontas, son complejas y desconcertantes, por eso intento ir traduciendo en esquemas las conversaciones con las que tratamos de ir haciendo una hoja de ruta para el proceso de reflexión de la ciudad. Pero son esquemas que no surgen de los datos, sino de los relatos.
Publicación original: enPalabras