Artículo publicado en «Papeis da Academia 2015», el Anuario de la Academia Galega Audiovisual. Tema propuesto: La mujer en el audiovisual.

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IsabelIglesias_AnuarioComentaba en una reflexión previa a este artículo que el tema propuesto por la Academia para el anuario de este año me resultó tan abrumador como desconcertante. Lo primero porque “la mujer” no es un tema sino más del 50% de la población y lo segundo porque de poco sirven las opiniones sin debate y sin propósito previo.

Me costó encontrar enfoque porque poco podía aportar reproduciendo los (negativos) datos que reflejan informes, observatorios y artículos. Pero tampoco me apetecía el tono defensivo que destila el resaltar los (muchos) casos de directoras, realizadoras y demás profesionales del sector, que demuestran que no se trata de limitaciones intrínsecas sino de barreras externas de un sistema tan anquilosado y arcaico como poderoso.

En mi reflexión previa llegué a la conclusión de que el punto de partida no dejaba de ser el mismo que en otros muchos sectores y profesiones: el dinero y el poder. Pero, ¿cómo abordarlo sin caer en personalismos o manidos argumentos? Necesitaba un ejemplo concreto, y me pareció que podría ser el de la Escuela de Cine del Sahara Occidental.

Cienastas_Sahara-1A finales de 2013 tuve ocasión de acercarme a su trabajo en un acto del colectivo Left Hand Rotation y quise saber más. Al bucear después en su Web me sorprendió su apuesta por una futura industria audiovisual propia, pero lo que más me llamó la atención fue la contundencia de las convicciones de las que parten: la potencia del audiovisual (como lenguaje y como canal) y que el futuro, por difícil que parezca, no sólo está por construir sino que depende de si mismos.

Como final del acto de aquel día se proyectaron 16 cortos, de un minuto cada uno, realizados por estudiantes de la escuela. Hubo minutos ciertamente intensos, de hecho la frase que da título a este artículo la he tomado prestada de uno de ellos. Pero lo que más me/nos llamó la atención fue que casi todos los que destacaban estaban dirigidos o realizados por alumnas. Y me cautivó especialmente el de Digja Mohamed Salem titulado “Esperanza y ternura”. Sigo preguntándome cómo en esas dos palabras, y en tan sólo 60 segundos, cabe el pasado, el presente y la potencia del futuro soñado.

¿Y por qué me pareció adecuado este ejemplo para el artículo? Pues de entrada por la determinación de un pueblo que, privado hasta de su territorio, ve en el audiovisual una oportunidad de mantener y proyectar su esencia. Es decir, no lo consideran un lujo sino una tabla de salvación para escalar su posición en el mundo: el arte y la creación como objetivo y como instrumento. Y esto me lleva a hacerme preguntas sobre qué ocurre cuando la carencia de medios pone a hombre y mujeres en el mismo punto de partida.

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Nos decían en la exposición previa a las proyecciones que en la Escuela de Cine del Sahara hay más chicas y que, en general, se aplican más y consiguen mejores resultados que los chicos. Parece que cuando el sistema no impone sus reglas, cuando faltan los incentivos y circuitos del “dinero y el poder”, el talento y el trabajo son la mejor baza para poder avanzar.

No pretendo desarrollar una teoría al respecto pero no es difícil intuir que si en algún momento cambia la situación económica de la Escuela o del pueblo saharaui, siglos de tradición barrerán y relegarán esa libertad creativa en aras de las “urgencias”.

En nuestro civilizado y desarrollado mundo los indicadores son otros. Lo del talento y el trabajo es un intangible difícil de demostrar así que necesitamos aferrarnos a la medición de síntomas que nos llevan por terrenos pantanosos, como la desagregación por sexo en la concesión de subvenciones, la presencia en medios o en comités y jurados. A la postre, todo más relacionado con el envoltorio que con el talento y la profesión. El problema sigue estando en los modelos de negocio (dinero) y en los círculos de poder, que son restrictivos, insolidarios y autocomplacientes.

Pero no quería dejar de hacer referencia al Test de Bechdel que, con sus tres “sencillas y potentes” preguntas, arroja bastante luz sobre la brecha de género en obras de ficción. Sólo si se puede responder “sí” a dos de las tres preguntas significa que el contenido no instrumentaliza a la mitad de la población:

  1. ¿En la película salen al menos dos personajes femeninos?
  2. ¿Tienen nombre y hablan entre ellas en algún momento?
  3. ¿Esa conversación trata de algo que no sea un hombre?

Me resultó esperanzadora la reflexión de un conocido director sobre su propia obra: “Como director que no pasa el test de Bechdel, creo que 1) No es un ataque 2) No es una crítica. Es la clarificación de un síntoma a corregir”.

Al menos contrarresta la oportunista nostalgia de los tópicos que pretenden un homenaje de cine a la mujer con títulos tan épicos como “Con la pata quebrada”.

No hay que buscar las fronteras en el extranjero sino mucho más cerca. Porque frontera es el tránsito social entre dos culturas, aunque convivan en el espacio y en el tiempo.

Publicación original: enPalabras

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