Junto a la voluntariedad y a la autogestión, la propiedad sobre un objetivo influye sobremanera en el grado de compromiso que la persona adquiere sobre él.
Ya se trate de impulsar un proyecto, resolver un problema o satisfacer una necesidad, la convicción de sentirlo como algo “propio” determina la responsabilidad que despierta en la persona que se ha de hacer cargo de ello.
Del mismo modo, la falta de propiedad explica la falta de presencia de aquellas personas de las que se espera que asuman la responsabilidad sobre algo que, de hecho, no es suyo. Es fácil de ver: aquel objetivo, proyecto, problema, o necesidad no es propio, es de otro y, aunque la actuación sea profesional, el grado de implicación no suele ser el mismo en la mayoría de los casos.
Tal y como espero que se intuya, el concepto de propiedad, en este contexto, no se refiere estrictamente a una posesión sobre la que se tengan todos los derechos, sino a sentir algo como perteneciente a uno y que también despierta el sentido del deber. En una organización, en una comunidad o en un equipo de trabajo, la propiedad debiera ser compartida, siendo las personas copropietarias del propósito u objetivos que la organización o el equipo pretende impulsar.
La falta de propiedad de las personas sobre aquello de las que se pretende que sean responsables es uno de los temas más importantes no resueltos en nuestras organizaciones y los motivos no son fáciles de dilucidar.
La propiedad sobre un objetivo, un proyecto o cualquier otra actuación supone la capacidad por parte de la persona propietaria, de poder modificarlos en función de los criterios que crea convenientes, ahí puede que se halle uno de los factores que hace difícil compartir o ceder la propiedad.
Siguiendo el hilo de la reflexión, dentro de la cultura industrial que sigue caracterizando nuestros modelos de trabajo, es fácil comprobar como la estructuración jerárquica de nuestras organizaciones lleva a que la mayoría de las personas trabajen sobre las propiedades de una minoría. Esta relación de propiedad-no propiedad es la que determina el grado de control y el nivel de confianza que se deposita en las personas, dos de los grandes factores que determinan el estilo de dirección. También sustenta el sistema de clases y, en consecuencia, las relaciones de poder que suelen existir entre los propietarios y los no propietarios, en la organización.
En este detalle puede que se halle otro de los motivos de la dificultad para compartir la propiedad sobre un objetivo o los resultados de un proyecto con alguien, el hecho de que ello suponga perder parte de esta propiedad y, por lo tanto, del reconocimiento social que se deriva de ello.
La fractalidad de las culturas corporativas, es decir, la inercia a seguir el mismo patrón a diferentes escalas, suele comportar que esta concentración de la propiedad y su uso por parte de unos pocos, se reproduzca también en modelos de trabajo pensados para ser horizontales, que han de basarse en el trabajo colaborativo y que requieren de un alto nivel de compromiso por parte de las personas implicadas. Ni que decir que una de las máximas dificultades para impulsar la colaboración e implicar a las personas en la consecución de un objetivo es la reticencia a hacerlas copropietarias del proyecto que han de impulsar y esto es algo que las organizaciones de hoy en día ya no se pueden permitir.
La fórmula fundamental en la que se apoyan los nuevos modelos de gestión consiste en su capacidad para hacer propietarias a las personas del proyecto en el que se han de implicar. Este proceso de apropiación exige prestar especial atención a ciertos aspectos:
> Por un lado, el proyecto, ya sea organizativo, de comunidad o de equipo, ha de tener sentido también para la persona. Ésta ha de hacer suyo el propósito, comprender su papel, el valor que aporta al conjunto y corresponsabilizarse de los resultados, sean estos los que sean.
> Se han de sustituir los clásicos mecanismos de designación, en los que se ordena a alguien que haga algo, por la invitación franca a participar y hacer suyo el proyecto. La invitación, cuando es personalizada, es un poderoso recurso de reconocimiento e influye de manera significativa en la voluntariedad de la persona. No obstante, hay que prestar especial atención a que la invitación sea sincera y que, por lo tanto, la persona tenga claro que puede denegarla sin que ello tenga más repercusiones que el de no estar donde se le ha invitado.
> Las personas, como propietarias, han de tener muy clara su capacidad de influencia y participar activamente en la construcción del proyecto. Su opinión ha de tener capacidad de cambio.
> Para finalizar, los ámbitos de responsabilidad de cada cual han de ser asumidos y respetados. La copropiedad implica también corresponsabilidad y confianza.
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La primera imagen corresponde a una obra de John William Waterhouse [1896], uno de mis pintores favoritos. Aunque la escena representa a Pandora abriendo su famosa caja, no hay que buscar más relación con el artículo que el de la actitud de la muchacha con el objeto.
La segunda imagen corresponde a “El mundo de Cristina” [Christina’s world, 1948], de Andrew Wyeth, me ha apetecido colocarla aquí. Escribí algo sobre esta obra hace ya un tiempo.
Publicación original: [cumClavis]