Antonio Lafuente entrevistado por Amalio Rey
Hay muchas culturas de la documentación y no son intercambiables unas por otras. Uno debe saber para qué quiere documentar. He observado que a veces documentar se hace sinónimo de construir un relato que describe lo que nos pasó. Eso es muy respetable y puede que legible. Mi interés por la documentación se ha centrado en el cómo hacer replicables los prototipos. Y, en consecuencia, documentar tiene que ver con dos tareas: la primera es producir una receta practicable, lo que es tanto como decir que esté escrita en un lenguaje directo, sencillo y común; la segunda no se orienta hacia los aspectos funcionales u operativos, sino que trata de explicar los motivos de las bifurcaciones, reconfiguraciones o aprendizajes acaecidos durante el proceso. En la receta tratamos de aprender de los ingenieros o cocineras y dar cuenta de los resultados, mientras que con el mapa de aprendizajes queremos dar cuenta de los procesos y de su dimensión afectiva.
Creo que lo que falla en la documentación es que los makers tienden a darle poco valor a esta tarea: la consideran subsidiaria, residual y aburrida. Necesitan repensar este asunto, aunque solo sea para reconciliarse con la idea de que les importa el trabajo colaborativo y la voluntad de cambiar el mundo. Si no se documenta, todo se reduce a una sucesión de eventos más o menos privados y, además de despilfarrar un montón de conocimiento que pudiera serle útil a alguien, se desdeña el potencial transformador de la cultura abierta, púbica y contrastada.
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