Preparar un discurso de diez minutos me cuesta un par de semanas. Un discurso de una hora, una semana. Un discurso de dos horas, siempre puedo improvisarlo.

 

¿Cómo es posible que tanta gente hable tanto de tantas cosas? O yo me organizo muy mal, o el mundo ha desarrollado una capacidad cerebral superior que ya me gustaría a mí. Aún teniendo toda la información, cosa harto difícil en estos tiempos infoxicados, yo necesito tiempo para tener opinión, que no razón.

Pues nada, en estos tiempos de «ponga un debate en su vida» con la proliferación de tertulias de «todo a cien» que nos inundan de sabidurías ajenas, cada vez es más cierto aquello de que la opiniones son como ciertas partes del cuerpo, todos tenemos.

No se lleven la culpa las palabras, por favor. Todavía existimos los que «perdemos» horas y neuronas en el previo de organizar las ideas. ¿En qué estoy pensando? En que yo aquí, esperando a que mi confusión mental me permita hilvanar un discurso aceptable, con la gramática y la semántica bajo mínimos, mientras un virus misterioso se extiende como la peste. Pura logorrea.

Publicación original: enPalabras

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