Más que una palabra

Reflexionaba Edu sobre el origen y los datos de una encuesta que abordaba la supuesta evolución de tendencias en la intención de voto. Y sobre nuestra degeneración presidencialista, que no se corresponde con nuestra monarquía parlamentaria.

Hoy los titulares rebotan entre el dato del paro, que no el problema, el cuento de boda real y las legitimidades electorales.

A punto de entrar (¿?) una vez más en campaña, se me ha venido a la mente la palabra «sosegaos», con la que hace unos años iniciaba el politólogo Xosé Luis Barreiro un breve y acertado artículo de opinión. Salvando nombres y datos ya obsoletos, hay palabras que se me antojan de plena actualidad y que enlazan con la reflexión de Edu:

TAL ERA la majestad de Felipe II, y tanto poder se manifestaba en la soberbia austeridad del palacio escurialense, que no había nadie capaz de acercarse al soberano sin sentir un temor reverencial que paralizaba los cuerpos y ofuscaba las mentes. Consciente del problema, y administrando con prudencia aquella barrera que aumentaba el mito de su autoridad pero rebajaba la eficiencia de su administración, el propio monarca solía dirigirse a los funcionarios, grandes capitanes y embajadores para pedirles tranquilidad. «Sosegaos», decía el rey. Y todo volvía a funcionar.

Se diría que la añoranza de ese majestuoso poder se mantiene aún en las entretelas de nuestra sociedad, porque después de varios siglos, y de los cinco años de este artículo, sus palabras siguen siendo, tristemente, aplicables:

… Porque, a base de confundir la opinión con la prensa, los problemas con las protestas y el pueblo con las encuestas, se está generando una forma de gobernar comparable al juego del tenis, en el que la estrategia de devolver la pelota prima sobre cualquier otra acción que pudiese presentarse como alternativa. Por eso sería bueno que alguien con mucha majestad -o presidencialidad, diríamos en este caso- se dedicase a tranquilizar la maquinaria, y saludase a los conselleiros y altos ejecutivos con ese «sosegaos» que permitió gobernar un imperio en el que nunca se ponía el sol.

Y los medios (tradicionales) reforzando arcaicos afanes imperialistas, y ecos grupales, en contra de la responsabilidad individual y social. Una (falsa) democracia mediática que no sólo no mejora por si misma el buen gobierno de las cosas, sino que embadurna la identidad y las posibilidades de cooperación y avance. Pero no parece que haya nadie con capacidad para susurrarnos ese «sosegaos» que tanto necesitamos.

Publicación original: enPalabras

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