El Phenomena Experience fue (es) una feliz idea surgida de la mente de Nacho Cerdà: recuperar películas con alto valor nostálgico (esencialmente ochentadas) para revivir en sala los recuerdos de aquellos tiempos en los que aún era casi litúrgico lo de disfrutar de la pantalla gigante. El experimento funcionó muy bien en Barcelona, de ahí saltó a Madrid, y posteriormente incluso se realizó una especie de minigira por diversas ciudades españolas.
Este es sólo un ejemplo de los múltiples asaltos nostálgicos que de vez en cuando salpican la exhibición cinematográfica, algo que, en el fondo, no deja de ser la razón de ser de la rentabilidad económica de determinadas franquicias (como La Jungla de Cristal), o de muchas de las explotaciones de George Lucas a partir de su obra pasada: se producen infinidad de títulos nuevos, pero hay marcas que ya tienen hecha una gran campaña de marketing apelando a los recuerdos.
Este valor nostálgico es en muchos casos lógico: las películas antes no eran mejores, pero su concepción sí era diferente. Por poner un ejemplo, ningún intento actual de franquiciar el vampirismo llega a alcanzar las cotas de singularidad de títulos como Jóvenes Ocultos o Noche de Miedo (que precisamente se vio remakeada de manera ramplona hace un par de años). Porque la nostalgia es eso, recordar lo singular y añorarlo de alguna manera, exista o no realmente motivo para hacerlo.
Hoy un par de noticias golpearán, supongo, cierto ánimo nostálgico. Por un lado, el final de la distribución de películas en 35mm en EE.UU., y por otro, el anuncio por parte de Disney de que dejan la animación tradicional. Aparentemente, dos sucesos relacionados (el remate a una manera de entender la sensibilidad como espectadores), pero en realidad nada tiene que ver una cosa con la otra aunque vayan a despertar respuestas emocionales.
El giro final a la exhibición digital es, con perdón de la inversión, uno más de los cambios necesarios en la reconversión de la industria. O mejor que a la reconversión, a la optimización. Recientemente se desarrollaron diferentes debates en foros especializados respecto a las condiciones idóneas para disfrutar de The Master, esa película que Paul Thomas Anderson, en un arrebato de gallardía, rodó en 70mm (al igual que hace Nolan). La aparentemente triste realidad era que no existen apenas salas capaces de proyectar estas copias, cuando la auténtica desgracia es que no existen recintos con proyectores 4k que permitan reproducir la equivalencia digital de este tipo de película.
La tendencia a minusvalorar determinados aspectos de lo digital hace ya tiempo que entró en la categoría de crónica. El celuloide, al menos para la distribución de copias, deja en nuestra memoria los pequeños saltos, rallazos e imperfecciones que iban acumulando las películas según sumaban reproducciones. Las latas son enormes, pesan, y eso hace que su logística para envíos sea un coñazo. Es simplemente, ley de vida: surge una posibilidad de minimizar costes, pero también de asegurar la vida de la copia original, que se podrá reproducir infinidad de veces sin que ningún espectador note desgaste. Que las salas estén bien preparadas ya es otro tema.
Lo de Disney, en cambio, sí es una desgracia, al menos para quienes disfrutábamos de los matices de lenguaje audiovisual que implica la animación tradicional. Lo es porque se pierda producción, pero sobre todo lo es por llevar implícito un matiz: para su actual sistema de trabajo, enfocado a servir a determinados mercados, lo que realmente sale a cuenta es la producción digital en cadena. Esto no tiene tanto que ver con la desaparición de público para la animación tradicional (siguen existiendo grandes títulos recientes), como con el enfoque de puro relleno que se le ha dado en general a la animación. Si el Phenomena Experience busca llenar la sala para rememorar la liturgia, el nuevo publico de la animación se ha forjado ante la televisión o el ordenador: la costumbre de considerarla materia infantil ha provocado su gran valor como relleno de cadenas clónicas en las que sale más rentable comprar en cadena que producir. Esto no es en sí mismo malo, pero sí lo es el que se hayan descuidado en Disney aspectos relativos a sus películas, empezando por los propios guiones, y finalizando por su empecinamiento en revestir de exclusividad la simple existencia de sus producciones, algo en lo que insistían con sus ventas por tiempo limitado, redoblajes, reediciones… Probablemente la tendencia a crear tanto tiempo muerto termino teniendo el efecto contrario: de aumentar el valor del objeto a provocar que caiga en el olvido por no enfrentarse a sus competidores.
Con todo, el cine no ha muerto por más que el digital se asiente y sigan triunfando las televisiones. Tal vez esa sea la base sobre la que jugó John Carpenter cuando dirigió Cigarette Burns, precisamente un episodio de la serie para Showtime Masters of Horror, en el que un hombre tiene que encontrar una película que, dicen, provoca la muerte de quien la ve. Carpenter, desde el asiento de la pequeña pantalla, escupe un cruel chiste de ironía pringosa y desfasada: el Mal, la adicción que provocan las imágenes, estará ahí para siempre, la supervivencia de la película va más allá de su simple existencia.
Publicación original: enimaXes