Preámbulo

No es necesario comulgar con la nueva cultura urbana, pero siempre es interesante conocerla. Para ello, nada mejor que seguir lo que están haciendo desde @ElBloqueTv, que cada cierto tiempo suben programas a su canal de youtube al margen de exigencias mediáticas y respondiendo a la urgencia propia de la escena cultural a la que dan voz.

Y, por supuesto, a @HJDarger, que es capaz incluso de verbalizar para todos los públicos sobre todo esto en medios «más asequibles».

Un detonante

Agosto de 2018, un pequeño e irrelevante suceso capta mi atención: Un buen montón de gente se había dedicado a hacer cola desde primerísima hora para conseguir entradas para el concierto que Rosalía daría al día siguiente dentro de la programación del Festival Noroeste:

Lo que no debería ser más que una anécdota (gente haciendo cola para un evento gratuito) crece si tenemos en cuenta que el concierto pertenecía a la gira de su primer disco, de flamenco. Esto, por decirlo de alguna manera, no suele ser de especial interés por estos lares, y menos en un evento dirigido a un público más o menos joven, pero entonces lo de Rosalía ya era un fenómeno.

Los «fenómenos» han apurado al extremo su fecha de caducidad en los cauces convencionales convirtiéndose en hypes, pero a veces se producen sorpresas cuando surgen o se mueven por ese difuso underground de nuestros tiempos en el que la irreverencia o el ánimo combativo muchas veces han desaparecido para, simplemente, dar cabida a la tendencia que todavía no ha tenido tiempo para masterizarse en una réplica de sí misma.

En esta sucesión perpetua de hallazgos y descubrimientos, un disco como el de Rosalía arrastró a gente que probablemente nunca había tenido relación con el flamenco para escucharlo desde la excusa de la modernidad, el siguiente disolvente universal tras el agua.

El contexto

Sin embargo, Rosalía no había destacado sólo por este apego al cante. Originaria del Baix Llobregat, residente en Barcelona, con 23 años arrastraba una conexión directa con el extrarradio, con aquello que hace años se había granjeado el poco amable apelativo de poligonero, y que con el paso del tiempo fue capaz de mantener unos rasgos lo suficientemente mutables (o mutantes) como para poder desarrollar un universo propio.

Este extrarradio de hoy en día, con sus chándales, sus beats y su devoción por los grandes motores, fue creciendo durante todo este tiempo puliendo esos signos identitarios, pero también, y sobre todo, aprovechando y explotando los canales de difusión/comunicación. Ahí es donde personas como Rosalía, C. Tangana, Yung Beef y un variadísimo etcétera están encontrando un público con el que, parece mentira, no contaban las discográficas ni los medios de toda la vida: el que no quiere soportes físicos, el que se va directamente a youtube generando visionados millonarios, el que es capaz de estar al tanto de trifulcas y piques privados sin que tenga que intermediar ninguna revista.

Lo urbano es, más que nunca, un concepto aglutinante precisamente por prescindir de muchas de las barreras que existían. Todo se mezcla, la identidad no atiende a emplazamientos ni regiones, y los rasgos culturales sobre los que se asientan sus postulados reformulan los géneros a su antojo, cuando, como en el caso del trap, directamente no se apropian de él y lo reinventan.

Pero todo esto está muy bien mientras que la divergencia es hacia lo «normalizado», lo asumible, esa cultura normativizada. Como decia el Profesor Repronto en 2010 hablando de Alta y Baja Cultura:

Esta secuencia de perfiles se mantiene tácitamente pero con constancia.La defensa de la pureza, la condescendencia con lo fronterizo, la contradicción constante, el perfil “más papista que el papa”.

El beef

En la cultura hiphopera, el beef es el pique, la puya entre artistas que, en condiciones normales, sirve para alimentar la imaginación de las personas contendientes provocando duelos muy celebrados por sus seguidores, pero que resultan incomprensibles para quienes nunca se han acercado a la cultura del hip-hop y su manera de reconvertir el uso de los escenarios urbanos.

Alejados de sus orígenes norteamericanos, readaptándolo a España, aquí también existen, y recientemente la Mala Rodriguez protagonizó uno al achacarle a Rosalía una interpretación por su parte de la cultura andaluza y/o gitana.

Siguiendo el asunto de manera más o menos tangencial, en las redes parecía dividirse el alboroto en dos direcciones: quienes encontraban motivos para indignarse (cómo no), y quienes se lo tomaban poco menos que como una boutade. Al fin y al cabo, si la Mala despuntó por algo en el panorama estatal hace 20 años fue por hacer suyo un lenguaje, el del hip-hop, que nada tenía que ver con la cultura gitana tradicional.

Sin embargo, raspando un poco la situación existen elementos mucho mas interesantes.

Por un lado, Rosalía había conseguido algo inaudito en las últimas décadas: arrastrar a espectáculos de flamenco a miles de personas (incluso en el Primavera Sound). Algo asociado a un pasado a superar, o que como mucho identificaba un espíritu verbenero, de pronto podía ser, otra vez, alimento para teóricas elites culturales.

Por otro, la construcción icónica de la artista había conseguido alejarse del pastiche poligonero para tejer un personaje que busca crecer en matices y lecturas alejándose del mainstream sin renunciar a la cultura popular. Todo esto, en cierto modo, está condensado en el videoclip de Pienso en tu mirá

Apropiación cultural que estás en los cielos

Año 2004. Kill Bill, Volumen 2.

Tras acabar con una de sus peores enemigas, La Novia afronta el último capítulo de la película y tras el rótulo comienza a sonar a todo volumen Tu Mirá, de Lole y Manuel.

No recuerdo que por aquel entonces nadie se rasgara las vestiduras al meter Tarantino flamenco para acompañar un viaje por Mexico. Al fin y al cabo, lo que interesaba era el resultado de esa mezcla que tenía en la cabeza, si estéticamente funcionaba y transmitía, y qué duda cabe que el fragmento de letra utilizado (y tu mirá/se me clava en los ojo como una espá) tenía mas relevancia conectándolo con la historia de la película que con la realidad mexicana.

El beef de la Mala no fue el primero que recibió Rosalía por apropiarse de elementos culturales que, se supone, deberían serle ajenos, puesto que ya desde sectores gitanos habían cuestionado anteriormente su uso de la pronunciación y las expresiones. Curioso, como poco, si asumimos que estas voces llegan desde ámbitos próximos a lo moderno, a la «alta cultura urbana» que se distancia orgullosa de los caminos hegemónicos del mercado, aunque al final toda esa iconografía no deje de ser eterno caldo de cultivo para que las grandes marcas la exploten comercialmente con rapidez.

Ese extrarradio, que quiere vivir autónomo de lo que se cuece en el centro de las ciudades, al final se da de narices contra sus propias barreras, porque lo identitario no deja de ser esa mochila con la que todas las personas cargamos a la espalda bien repletas de prejuicios que nos permitan salvaguardar lo que creemos ser.

Bola extra

El amigo, y Conselleiro Asesor en la APM, Manuel Calvillo desempeña desde hace años labores de formador, tutor y consultor en programas de la Fundación Secreariado Gitano en Jaén. O sea, que en primera persona puede aportar, y aporta, visión sobre dos de los elementos que planean en esta historia, Andalucia y el pueblo gitano, pero desde esa perspectiva del mundo real que al final no entiende de beefs ni de mixtapes.

Y es que al final muchas veces se nos olvida de qué nos escapamos cuando buscamos escapismos.


Publicación original: enimaXes

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