… una Visión, una Misión, un Porqué

Visión y misión son palabras tan mal-tratadas por la RAE que, en el fondo, tampoco es de extrañar la universalidad del modelo zanahoria. Y no es que la revisión de definiciones implique un cambio automático de comportamientos, pero si ya fallan las referencias, poco se puede esperar.

Visión, misión y porqué son palabras habituales, ya no de mi vocabulario, sino de mi vida, y a veces es difícil convivir y comprender el derecho de quienes deciden elegir opciones «menos complicadas». Por salud mental, y mero pragmatismo, mejor tener presente que «es lo que hay» para tomarlo como punto de partida de todo lo que se puede mejorar. El optimismo existencial sirve para no perder el rumbo, al tiempo que permite no caer en la rigidez de la coherencia y de lo absoluto.

Andrés polemiza, como no, en sus dos últimos post con dos conceptos que hieren muchas sensibilidades: mujeres liberadas y las (no) causas de nuestras elecciones. No hay más que ver los comentarios en el primero para darse cuenta lo difícil que es abordar en palabras algunas cuestiones. Sin embargo discrepar y debatir es sano y necesario. El problema es la tendencia a asumir como ofensa personal cuando alguien señala las incoherencias que la rutina diaria nos va haciendo acumular en el archivo de «pendientes». Y es que la lista de asuntos a resolver es siempre tan extensa que no suele tener cabida la sabiduría, que no viene de otra cosa que de tomarnos un tiempo para «pensar en…».

Entiendo que hablar de «mujeres liberadas» es una forma difícil de abordar un caso particular, una experiencia no positiva sobre la que Andrés reflexiona. Lo aclara luego en uno de los comentarios al decir que ese grupo, en concreto, estaba formado por mujeres. Aún así, creo que hubiera sido más acertado acotar con la expresión «ejecutivas liberadas» que hubiera evitado alguna de las suspicacias que toda generalización o abstracción conllevan.

Pero también creo que algunas suspicacias, por ambos bandos, son consecuencia lógica de la manipulación discursiva que se está ejerciendo desde las instancias políticas e institucionales a la que recientemente me refería y en el que dejo clara mi postura: necesito pensar y replantear. Si por un lado me dicen que un edificio mide 25 metros y por otro que mide 30, no puedo tirar por el camino del medio y quedarme con 27,5 metros. Algo falla en los supuestos. El maniqueísmo no sirve.

En el segundo post habla de necesidades y (sin)razones personales, de quejas y (auto)justificaciones, algo que tampoco nos gusta escuchar, sobre todo cuando los problemas aprietan: «En el momento en el que cubra esa necesidad, dejará de trabajar para posicionarse. Si el Porqué es débil o coyuntural, el esfuerzo desaparecerá cuando se solucione el problema». No es fácil tomar las decisiones correctas en el corto plazo porque aún en el caso de tener la suficiente «visión» para determinar sus consecuencias futuras, es muy duro mantener la coherencia. Por eso, aunque no en todo estemos de acuerdo, me gusta su reflexión cuando dice:

Supongo que hay dos situaciones que te ponen en movimiento. Una viene de atrás y la otra está en el futuro. La primera es la patada en el culo, un despido, un susto en tu salud, un accidente, una situación desagradable. La otra está causada por el deseo de conseguir algo positivo, por cambiar las cosas, por mejorar, por tener una visión, una misión estimulante.

Pero hay personas que enlazan las dos situaciones. Es decir, que se ponen en movimiento por el deseo de conseguir algo positivo y que cuando llegan las situaciones complicadas (que la vida es lo que tiene) no sólo no se paran sino que refuerzan sus convicciones y sus objetivos. Por suerte, también hay muchas personas así.

De una maravillosa reflexión reciente de Juan Urrutia me he quedado con estas palabras:

Mantener las raíces nos hace fuertes y no cualquier ventarrón puede tumbarnos o ni siquiera hacernos doblar flexiblemente el espinazo, pero el dulce paso del tiempo nos tienta a menudo a olvidar esas raíces y mirar para otro lado pavoneándonos de nuestra disponibilidad y nuestra agilidad para adaptarnos a los vientos dominantes.

Es ese pavoneo lo que me hace sentir mal. Quiero hacer como si mis raíces llegaran al centro de la tierra de donde chuparían su savia siempre renovada y como si nada pudiera envenenarlas. Pero, sin embargo, no es el huracán el peligroso sino ese veneno de la complacencia el que acaba tumbándonos.

Por eso el debate más difícil es el que hay que mantener con la propia coherencia, con el debo, con la visión interna.

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