Amaneciendo con distintos ritmos

Acostumbrados a encorsetarnos en rutinas, se nos van oxidando las vivencias en la estrechez de los espacios. Callejear suena ya tan arcaico como las verjas donde los enamorados intercambiaban complicidades.

A quienes vivimos en ciudades pequeñas, no deja de sorprendernos que esa reducción al concepto de barrio no sólo se mantenga sino que se agudice cuando el recuento de habitantes supera las seis cifras. Sin embargo, ocurre en todas partes porque nos movemos sobre cuatro ruedas, públicas o privadas, o sobre raíles. Caminar va quedando relegado a los centros comerciales y a las «rutas del colesterol» donde intentamos combatir nuestros civilizados problemas.

Tal vez por eso estoy disfrutando tanto las dos ruedas, porque la necesidad de investigar nuevos tiempos y horarios me ayuda a (re)educar la mirada. Porque no hay una ciudad sino muchas, las que no conocía y las que no recordaba. Y no todas me gustan, pero algunas si me apetece dejar que me habiten.

Publicación original: enPalabras

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *