Uniendo puntos de luz

Aprendemos de formas diferentes, incluso dentro de lo que el propio sistema nos permite. Aprender es un verbo cuya conjugación en pasado sirve de poco si no es entendido como eslabón. Algo así como la comida, se disfrutará más o menos y alguna delicatessen recordaremos con especial satisfacción, pero la necesidad de comer es incuestionable.

Entre el enseñar y el aprender hay un ruidoso desfase cuyo volumen empieza a resultar ensordecedor por falta de definición

Al hilo de otra conversación, comentábamos hace unos días la continuidad del ancestral mito destrucción-creación sobre el que la humanidad construye su eterno eje de retorno. Entre tanto mensaje apocalíptico va siendo hora de centrarnos en los puntos de luz que hace tiempo asoman por todas partes.

Que se aprende haciendo ya (casi) no tiene discusión, pero tal vez hay que dar un paso más y concentrarnos en facilitar, o al menos no entorpecer, los eslabones que pueden poner en valor todo ese conocimiento. Y para eso lo que necesitamos, son grandes dosis de humildad y asumir que para avanzar hay que llenarse las botas de barro.

Tras la reciente y previsible saturación eventual, me pregunto qué hace falta para que dejemos de hablar de prudencia donde debería decir miedo, de fingir precaución donde no hay más que cortedad de miras y de bloquear sueños y deseos pretendiendo ser «realistas».

Sigo viendo exceso de contenidos y falta de contextos, enseñantes que pretenden enseñar a hacer desde sus atalayas y exceso de reflexiones que no dan encontrado su traducción en acción. ¿Egocentrismo? ¿Miedo a tener que decir «vamos a pensar juntos»?

Merece la pena escuchar a Rachel Botsman explicando como el consumo colaborativo se ha convertido en una fuerza cultural y económica basada en el compartir y los mecanismos de confianza. O los mitos que incita a desmontar Sugata Mitra sobre los niños y el aprendizaje auto-organizado que estamos entorpeciendo. Entre sus conclusiones, una sobre la que deberíamos detenernos: Los valores se adquieren, la doctrina y el dogma son impuestos. Son mecanismos opuestos.

La repuesta fácil es culpabilizar al sistema, claro. Pero veo poca mirada interna, en todos los ámbitos, hacia lo que cada uno aportamos. Hay que dar un paso más incluso en el aprender haciendo, puede que sepamos algo más en alguna cuestión pero ya no llega sólo con transmitir. Si lo que yo sé no me sirve para seguir aprendiendo, poco puedo aportar. Y esto hay que aplicarlo también a la consultoría, que también cuestionábamos recientemente. Y pronto, no andamos sobrados de tiempo.

La tendencia a aceptar los hechos históricos sin discutirlos nos ha privado, y nos priva, de muchas teorías. Como lectora, amante de los libros y adicta al aprendizaje constante, hay algunas curiosidades que me han hecho pensar estos días:

El siglo V a.C. fue decisivo en Grecia: una revolución cultural comenzó cuando la cultura escrita se impuso sobre la cultura oral. Las lecturas se hacían en voz alta y la pasión por los libros provocó la aparición del primer comercio de libros. […] Un libro se consideraba publicado si había sido leído en público por un criado, llamado lector, o por el autor mismo. Una vez terminada la lectura pública los oyentes hacían preguntas.

El filósofo y poeta Bión de Borístenes, uno de los pensadores más escandalosos de su tiempo, consideraba que quemar los libros del orador era un modo de decir que ya los había aprendido y no los necesitaba en su viaje.

Fue en torno al 300 a. C. cuando el griego Demetrio de Falero trasladó su pasión por el conocimiento a Ptolomeo primero (Egipto) convenciéndolo para construir un edificio dedicado a las musas, con el nombre de museo. Una idea extraordinaria ya que contribuía a desplazar en la zona a la cultura egipcia por la cultura griega y sirvió al rey para aumentar su prestigio. Muy pronto el museo contó con una increíble biblioteca.

Entre los biblioclastas re-conocidos está el propio Platón quien, además de proclamarse defensor de la cultura oral, restó importancia a la escritura y en el Fedro expuso un mito egipcio para explicar que la escritura provocaría en la humanidad un descuido de la memoria.

Publicación original: enPalabras

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