Los tópicos y sus consecuencias
La tendencia a la especialización permite profundizar en lo específico pero destroza el conocimiento. Es decir, en ese compartimentar para saber más de algo dejamos de lado los eslabones que enlazan los distintos saberes.
La palabra generosidad se suele asociar a valores universalistas, que planean sobre la realidad, estableciendo una contradictoria relación entre lo que hay y lo que desearíamos que hubiera. No es una palabra habitual en el ámbito de la economía pero precisamente ahora, que tanto se abusa de «lo social», es cuando más hay que escarbar en los conceptos.
A través de una interesante reflexión de David de Ugarte sobre modelos de eficiencia en economía llegamos a este texto de Mariano Arnal sobre la etimología de la palabra generosidad:
Aunque resulte chocante, generoso es el que genera, es decir el que engendra. La palabra la inventaron los romanos. Generosus significa en primer lugar «de buena raza» (genus / generis), y en segundo lugar, «prolífico», «fecundo»; porque esa es la virtud esencial de una raza: su calidad y abundancia de reproducción.
Lo cierto es que incluso desde el significado «humano» que hemos asignado al término generar, engendrar acaba convirtiéndose en un acto de generosidad, pues resultado inevitable del mismo, es tener que repartir el hábitat y sus recursos con los que de esa actividad nacen. Pero, he ahí la gran paradoja: esta especie de generosidad repercute a la larga en beneficio del que la practica. Al compartir su vida y sus recursos vitales, está dilatando su propia vida.
El animal feudatario de una especie superior, porque en la proporción en que crecen los individuos del grupo, decrecen las posibilidades individuales de ser devorado; y en la especie humana, feudataria de sí misma, porque gracias a la generosidad practicada en la juventud, al compartir vida y recursos con los hijos, se obtiene de ellos la prolongación de la vida de los padres durante un largo período terminal en que éstos ya no son capaces de proveer a su sustentación. Sin generación, es decir sin generosidad es imposible la jubilación y ni tan siquiera la vejez.
Nueva paradoja: ayer individualmente (cuando quien proveía las pensiones era la familia), y hoy colectivamente (porque las pensiones las provee el Estado, con independencia de los hijos que haya tenido cada uno), la longevidad depende de la generosidad. Una sociedad que se niegue a practicar la generosidad, es decir, que se niegue a reproducirse, está acortando los años de vida de cada uno de sus individuos. A no ser que transfiera a otros pueblos la función reproductora, es decir el ejercicio de la generosidad, en cuyo caso quizá se libre la presente generación pero no la siguiente, de los conflictos por la posesión de la tierra. Lo que no puede ser, y se paga carísimo, es querer beneficiarse simultáneamente de la falta casi absoluta de generosidad, y luego querer poseer en paz la tierra que has tenido que labrar con brazos ajenos para sustentar tu vejez.
Quien quiera vida, ha de dar vida. Esta es una primera ley de la Naturaleza, tan inexorable como la ley de la gravitación universal. Y una segunda ley: quien no ocupe su territorio con el fruto de su generosidad, tendrá que aceptar que otros llenen el hueco. Y una tercera: en la Naturaleza, todas las especies sacrifican una parte de sí mismas a la especie superior en la guerra de desgaste de cada día. En la especie humana algunos pueblos y algunas épocas optan por esta solución.
No es una cuestión de causas, colectivos y altavoces sino de problemas de fondo y de sentido común. Ni siquiera hace falta una bola de cristal para entender dónde están las verdaderas crisis y sus amenazas.
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