El viento se levanta

Hay que intentar vivir (Paul Valery)

JiroHorikoshi-1-Gianni Caproni, pionero de la aviación italiana desde antes de la IGM, y obsesionado con los vuelos para pasajeros, menciona la frase del título de esta entrada cuando Jirô Horikoshi, el diseñador de los aviones que utilizó Japón durante la IIGM, sueña con construir aviones de belleza singular. Jiro está preocupado por hacer aviones en un país como el suyo, Japón, tan pobre que el dinero que cuesta un ala de los aviones en que trabaja podría alimentar a una familia durante un mes. «También Italia es pobre», le dice Caproni… Luego añade que una persona creativa está llamada a dar todo de sí en diez años, pues luego su estrella se apaga. Parece que Caproni piensa que hay un volumen de creatividad para cada uno, del que podemos exprimir ideas durante un tiempo, pero que no debemos aspirar a más.

Soñar la inspiración, pero viajar a la tecnología

No sé si Caproni y Horikoshi se conocieron personalmente, pero lo dudo. Estos episodios suceden durante la película El viento se levanta, de Hayao Miyazaki, cuando un joven Horikoshi sueña con su ídolo Caproni y consigue subirse a sus aviones de ensueño y andar por ellos y hablar con su diseñador. Horikoshi fue un niño miope, que supo muy joven que nunca podría pilotar uno de esos aviones que tanto le fascinaban, pero que, para estar lo más cerca de ellos, decidió aprender a diseñarlos.

Además de sus viajes oníricos a Italia, Horikoshi ya adulto y como trabajador de Mitsubishi, vuelve a Europa, pero en este caso a Alemania, a aprender de la ingeniería alemana del momento, representada por la aeronáutica Junkers. En este viaje real, Horikoshi es consciente del retraso que cifran en unos veinte años entre la ingeniería de los dos países, además de la negativa reputación ya en los años treinta de los japoneses como ingenieros copiadores de diseños ajenos. Horikoshi se pregunta desde luego por qué es necesario copiar al halcón en lugar de ser halcón uno mismo.

La gasolina del halcón

JiroHorikoshi-3Horikoshi lo logra, consigue diseñar el mejor de los aviones del momento. Aplica para ello su propio conocimiento, imaginación, generosidad con sus compañeros y equipo, motivación y muchas horas de trabajo robadas a una vida personal azarosa. Todos ellos –quizá la generosidad no tanto…-, componentes que suelen subrayarse en las necesidades de los dos mantras del último lustro en la vida empresarial, la innovación y el emprendimiento. Sin embargo, la película habla, y es un fugaz remordimiento del protagonista, de la inversión. Del dinero necesario para plasmar la inspiración. Que en este caso se sacaba de un estado que aún tenía bolsas de pobreza en su territorio, como, por otro lado, hicieron todos los demás estados que se preparaban para la guerra.

La perversión de la guerra en relación con el desarrollo tecnológico es total; el multiacadémico José Manuel Sánchez Ron lo explica bien. Las cruentas guerras del siglo XX, sus preparativos y también sus consecuencias han impulsado enormemente la ciencia y la tecnología, y grandes avances técnicos de los que hoy disfrutamos son resultado de una investigación intensiva que tenía como objetivos ganar una guerra (incluida la fría), y, en última instancia, matar gente; también puede darse una perspectiva menos agresiva y decir que también se defendían y recuperaban vidas, como sucedió con el impulso a los antibióticos. Pero los dos años finales de la IIGM, más allá de la batalla como la conocemos, fueron también una espiral tecnológica en busca del arma nuclear que destruyera al enemigo.

JiroHorikoshi-4La desgracia de Horikoshi, quien vio amargamente que su sueño se tradujo en que sus pilotos no regresaban de su misión, resulta más completa en ese marco, que pone el sesgo ético en que la innovación, como actividad humana, depende del uso que le demos. Hoy un investigador tal vez pueda elegir más opciones. O no, porque perfectamente puede vivir un recorte en presupuestos de investigación, pero no en investigación militar

Publicación original: Valorizarte

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